34 - Viaje interestelar

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No hubo muchas cosas más interesantes en la línea de tiempo de donde era Iedos. Conocí al día siguiente -no había podido ir a la cena porque me había quedado dormido- a los demás alumnos de la escuela: dos vampiros, una pixie, un naga y otros. Osea que nada anormal para mí. El tiempo pasó rápido: yo estuve buscando por todo el mundo al resto de nosotros, pero no encontré a nadie. Luego de que pasaron seis días, los portales se abrieron en el medio del almuerzo. Saludamos a nuestros anfitriones -por si acaso, a la escuela también-, y nos fuimos.

En la nada de colores, a la que ya me había acostumbrado, esta vez veía a mi lado a Artemisa, Lisbeth y Elias, a los que no había tenido ocasión de ver en la última dimensión.

Ni bien salimos del portal, caímos en medio de una calle flotante y casi nos atropella una nave espacial. En serio. Una nave espacial.

Nos movimos rápidamente a la vereda y nos aplastamos contra la pared a tomar aliento. Entonces vino corriendo hacia nosotros un tipo con uniforme de policía verde.

-¡Muévanse! ¡Muévanse! -nos gritó, agarrando a Artemisa del brazo mientras pasaba corriendo.

Nosotros decidimos seguirlo para averiguar qué le pasaba. Continuamos corriendo por alrededor de cinco minutos hasta que llegamos a un edificio bastante bajo comparado con los demás que había visto hasta ahora. Entramos corriendo con el policía y subimos alrededor de once o doce pisos por escalera a toda velocidad. Luego, el policía verde abrió la puerta de un departamento y nos hizo entrar a trompicones.

-¡¿Qué hacían ahí?! -nos preguntó gritando sin darnos tiempo a respirar-. ¡¿A quién se le ocurre fijar un teletransporte ahí en un momento como este?! ¡¿Son idiotas?!

Un poco idiotas éramos, pero eso del teletransporte sin duda no era nuestra culpa.

-¡Oye! -le reprochó Lisbeth-. Nosotros no decidimos aparecer ahí, ¿sabes? Además, ¿para qué corrimos tanto? No parecía haber nada tan peligroso.

El policía nos miró extrañado.

-¡¿Cómo carajo...?! -gritó sorprendido-. ¿De donde vienen?

Ya más calmado, nos preguntó nuestra procedencia.

-Esto... -dubitó Elias-. Va a tomar un tiempo explicar eso. ¿Podría contarnos antes en dónde estamos y qué es lo que pasa?

-Bien, les contaré -dijo el policía-. Ahora mismo se encuentran en la luna 12 de Gromaza, en el sistema solar de Hrozz.

Eso me dejó la boca abierta. No me lo esperaba.

-Eso que no llegaron a ver, que fue la razón por la que los hice correr hasta aquí -nos dijo-, fue una explosión mágica.

-¿Una explosión mágica? -preguntó Lisbeth.

El policía verde asintió con la cabeza.

-Tiene ese nombre por culpa de un policía sobornado -explicó-. En realidad, no es una explosión. Ni mucho menos algo mágico. La magia no existe. Lo que sí es, es una suricata mutante.

Claro. Tenía mucho más sentido que la explosión mágica. ¿Una suricata mutante? ¡Genial! ¿Por qué no?

-¿Por culpa de un policía sobornado? -preguntó Artemisa con curiosidad.

-Sí -el policía asintió con la cabeza-. La primera vez que sucedió, la suricata atacó un edificio. El dueño, dado que su seguro no cubría ataques de suricatas mutantes pero sí explosiones, le pidió al detective a cargo que ponga en su informe que era una de las últimas. El policía se negó al principio, pero no se resistió al soborno.

Un poco de sentido tenía. Bastante más que lo que solíamos encontrarnos usualmente.

-Ahora les toca a ustedes -dijo el policía-. ¿Cómo llegaron aquí?

Cada vez nos tomaba más tiempo explicarle todo a las personas. A este hombre, que se presentó como George, nos tomó alrededor de una hora. En cuanto terminamos, el policía solo asintió con la cabeza.

-Tiene sentido -dijo-. Hace alrededor de dos años unos científicos grosos -cuando dijo esa palabra lo miramos con cara de no entender- descubrieron que era probable que hubiera otras dimensiones. Los grosos  provienen de un sistema solar muy alejado a la Tierra. De hecho, desde hace 56 años la Tierra no existe. Por algún motivo que aún no conozco, las autoridades humanas evacuaron a todos sus habitantes y la volaron en pedazos.

-¿Y cómo fue que llegaron al viaje interestelar? -pregunté curioso-. No debe haber sido fácil.

-No lo fue -confirmó George-. Pero fue más fácil de lo esperado. Los grosos se dieron cuenta de que éramos tan inteligentes como ellos y nos ayudaron mucho. Ellos nos dieron los planos para crear incontables objetos y transportes que no podíamos ni imaginar. Y este fue el resultado.

El policía abrió una puerta del pequeño hall de entrada en el que nos encontrábamos y salimos a un living. Estaba decorado de un modo minimalista, de colores blanco y negro. Y había un balcón y al que se accedía por una puerta-ventana. Salimos al mismo y observamos la luna a la que habíamos llegado.

Era muy hermosa, con todas las luces de los edificios prendidas -se ve que habíamos llegado de noche- y las naves voladoras pasando por aquí y por allá.

-Hay un hotel por aquí cerca que busca empleados -nos informó-. Si piensan que se van a tener que quedar mucho tiempo, vayan buscando trabajo. El hotel entrega habitaciones a sus empleados así que no tendrán problema con eso. Pero si les parece -nos dijo-, si es cierto que pueden hacer todo eso que me dijeron, ¿podrían acompañarme?

-¿A dónde? -preguntó Lisbeth.

-A buscar a la suricata de una vez por todas -dijo-. Y evitar que el lío que causó el animal -esta palabra la empleó como insulto- cause otros. Cada vez que ataca se vuelve un paraíso para los ladrones.

-Yo no voy -dijo Elias-. Estaría bien dormir un poco. ¿Para dónde queda el hotel?

-Vas a tener que trabajar un poco antes de que te puedas ir a acostar -le dijo George.

-Lo sé -Elias se rascó la oreja-. Precisamente. Hay que ir ahorrando tiempo.

-Está bien -asintió el policía-. Toma la dirección.

George le entregó una especie de papel electrónico en el que brilló un mapa que mostraba el camino como un GPS.

-¿Los demás me acompañan entonces?

No teníamos ningún plan. Y quería conocer más este lugar.

-Con gusto -afirmé.

-Bueno. Vengan conmigo.

El policía se acercó a la baranda de vidrio del balcón, en donde había  un tablero con una pantalla y varios botones. George lo manipuló con habilidad. Luego de esperar unos segundos, una nave apareció frente a nosotros. Tenía un diseño bastante extraño: me hacía acordar a un tiburón.

La baranda del balcón se dobló hasta quedar a la altura del suelo del mismo y servirnos de rampa. Las puertas de la nave se abrieron.

-Ustedes primero -ofreció George, invitándonos a pasar con la mano.

Subimos a la nave y nos sentamos en los asientos de atrás (tenía tres filas de dos asientos).  El policía se sentó en el de adelante a la izquierda, cosa que me resultó rara (la costumbre que tenía era que el conductor esté a la derecha). Luego el hombre tocó un botón y se nos pusieron cinturones a todos. Y finalmente la nave arrancó.

Dark LightOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz