38 - Distinto

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Sin haber encontrado a mi hermana pero habiendo al menos encontrado a Artemisa, fui a hablar con los policías. En cuanto salí del hueco, coseché una buena cantidad de miradas de admiración, agradecimiento, odio, miedo y disgusto. Me gustó la sensación, me sentía con poder. Caminé hacia el superior de George, que era el único que permanecía indiferente al desastre que había causado.

-Faltan muchas personas -le dije.

En ese momento, una nave descendió del cielo. Era un poco temerario descender sin permiso en un patio lleno de policías. La nave era bastante grande, y por poco no entraba en el patio. Se quedó flotando a unos diez metros del suelo.

-¡Hey! ¡Ustedes, los policías!

Un chico morocho de mi edad se había asomado por un borde y había gritado.

-¡Atrapen!

Desde la nave, el chico lanzó un aparato grande y pesado. Cuatro agentes de la ley se acercaron rápido a atraparlo.

-¡Actívenlo! -gritó el chico.

Uno de los policías, familiarizado con el objeto, activó un interruptor. Casi inmediatamente después, sentí que mis piernas flotaran. Esa sensación, sumada con la que aún sentía de lo que me había hecho Elias -el dolor también perduraba- se combinaron en algo que casi me hace vomitar. Por suerte, no lo hice.

Desde la nave, luego de la activación del aparato, que estaba seguro que tenía que ver con la gravedad, comenzaron a lanzar mujeres.

-¡Las rescatamos de una nave allí encima! -gritó el chico-. ¡Hey, chica que no sé el nombre!

Miró para donde estaba yo.

-Digo, ¡chico! ¡Ven a ayudar!

Resoplé.

-¡Voy!

<<Me va a costar acostumbrarme a esto>>, pensé. Pero no me quedaba opción.

Moviéndome como pude por la gravedad invertida que amortiguaba la caída de las mujeres, llegué hasta la pared del edificio y comencé a trepar por las cornisas y ventanas hasta llegar a la altura de la nave, que se mantenía flotando como un barco anclado en el aire. El salto que tenía que dar era de un mínimo de dos metros, pero si me caía, al menos no me pasaría nada.

Tomé aire y me impulsé a la velocidad de la luz. Llegué por poco a agarrarme de un borde, y me moví con cuidado hasta un cuadrado abierto en la pared de la nave, el lugar por el que estaban tirando a las personas secuestradas. Entré de un salto.

-¡Hola! -me saludó el chico-. ¿Cómo te llamas?

Mientras me acercaba a ayudar a lanzar mujeres hacia abajo, le respondí.

-Athan.

Un hombre de unos treinta años, que llegó por una puerta que había a mi derecha, fue quién habló luego.

-Ese nombre ya no te va. Vamos a tener que conseguirte otro.

Estaba de acuerdo, por más que quisiera negarlo. Athan no era nombre de mujer.

Ése era el precio que me había costado entrar al campo genético. Elias me había modificado hasta las raízes y ahora ya no era más un hombre, era una mujer hecha y derecha. Todo esto biológicamente hablando, claro está, aunque estaba seguro (segura, bueno) de que iba a terminar acostumbrándome.

Había dolido mucho el cambio de sexo y la sensación no era placentera en absoluto. Aún no me había mirado en el espejo, así que no sabía siquiera cómo era yo mismo. Misma.

Dark LightWhere stories live. Discover now