41 - La simulación

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Me coloqué el casco y entré a la simulación de realidad virtual de la última tecnología. El aparato tardó en calibrarse: la sensación de los sentidos, la gravedad y el equilibrio, el bloqueo del control del cuerpo para una inmersión sin problemas y otro cúmulo de cosas de las que yo no tenía ni idea. Mientras tanto, yo me encontraba explicándole a mi cabeza de qué se trataba lo que íbamos a hacer ahora.

-¿Qué es batalla campal?

Mi increíble poder de deducción dedujo (vaya sorpresa) que la inteligancia artificial Astrid no podía acceder a mis recuerdos, por lo que ella ni siquiera sabía quién era yo.

-¿Al menos sabes dónde estás ubicada? -pregunté sin responder.

-Me han cargado esa información -respondió-. Vino de nacimiento.

"De fábrica", pensé, pero no dije nada.

-Oye, que puedo leer tus pensamientos.

-Mierda -protesté-. No importa. Lo que vamos a hacer ahora son pruebas que se les hace a aspirantes al departamento de recuperación.

-¿Qué recuperan?

-Usualmente cosas que no son nuestras -respondí.

-¿Y cómo es esta batalla? -me preguntó Astrid.

-Todos los aspirantes al puesto entran a la batalla -expliqué-, que suele ser en un planeta pequeño. Usualmente son alrededor de cuatrocientos aspirantes. Cuando quedan cien nos dejan entrar a nosotros. Si sobreviven a eso, en cuanto quedan veinte, se realiza una carrera.

-¿Una carrera?

-Ya verás.

Al decir eso me surgió una pregunta.

-¿Puedes ver?

-Veo y siento lo mismo que tú -respondió-. Compartimos sistema nervioso, ¿recuerdas? Es probable que incluso tengamos la misma personalidad.

¿Yo era así de pesada? Y en eso me surgió otra pregunta.

-¿Tú cómo me ves, o me sientes, o lo que sea? ¿Como mujer o como hombre?

-Pues como...

Astrid no terminó de responder. Caímos en medio del campo de batalla, justo al lado de una cueva en una montaña.

"¡Esconderse! ¡Rápido!"

Corrí y me metí en la cueva a toda velocidad. Instantáneamente después, se escucharon diez disparos. Siete venían del mismo lado, dos de otro y un último de otro lugar.

-Uffff -suspiramos Astrid y yo a la vez.

-¿Cómo sabías que había que correr? -me preguntó, ya más tranquila, Astrid.

-Estábamos en un espacio abierto. Cuando entramos a la simulación, los otros participantes ven que caemos del cielo.

Chequeé mi equipamiento: mi fusil de francotirador y mi querida espada de lonsdaleíta. Era mi posesión más preciada en este mundo, e iba a llevármela conmigo al siguiente. Era una espada de una mano, larga y de un negro opaco y liso. La hoja tenía un ancho de más o menos tres centímentros, y era extremadamente fina y afilada. El material del que estaba hecha, la lonsdaleíta, era más duro que el diamante y se conseguía de meteoros.

Por otro lado estaba mi fusil de francotirador. No era querido para mi ni nada parecido, pero era muy útil en ciertas circunstancias. Yo era bueno con el fusil especialmente en espacios abiertos, ya que mi habilidad de persentir ayudaba mucho. Esa misma habilidad me había convertido en lo más parecido a un jedi que podía existir: al poder sentir de dónde venían las balas podía parar el proyectil con mi espada menjándola a la velocidad de luz.

Dark LightWhere stories live. Discover now