50 - Que tengas buena suerte con tu fantasma

53 4 0
                                    

7 años después, en una taberna en el piso 18, tomaba un vaso de agua de a sorbos, mientras observaba el ambiente familiar del ruido y la risa. Dado que mi trabajo constaba principalmente de viajar matando monstruos, no tenía casa ni lugar estable, así que vivía en las tabernas. El ambiente no me molestaba y había algunas bastante cómodas, además de comida cocinada -mis habilidades culinarias no son de las mejores-.

Esta vez me encontraba en una ciudad bastante grande. Había matado un monstruo asqueroso en las alcantarillas y, luego de darme un baño en mi habitación recién alquilada, había bajado a cenar. Media hora despues, la comida aún no estaba y ya me estaba aburriendo. El vaso de agua se me había acabado hacía rato, y ya había afilado mi espada, así que no tenía nada para hacer.

Esperando enterarme de algún otro trabajo, me acerqué a la mesa común. Todas las tabernas tenían una de esas. Una mesa grande en la que entraban alrededor de treinta personas, en la que uno se sentaba para hablar con todos: lugareños, extranjeros y cualquier otra gentuza. Allí me había enterado de muchos trabajos míos.

Sentándome cerca de una esquina, le avisé a la camarera que me cambiaba de mesa, así me llevaba mi comida adonde iba a estar en cuanto estuviera lista.

Cuando observé la gente sentada en la mesa, me sorprendí al encontrar dos caras conocidas: dos comerciantes que parecían opuestos uno del otro, llamados Graso y Laso. Los había concido en el piso veinte y, como ambos bajábamos, acordamos que ellos me llevarían en carreta y yo los defendía. Tenía un grave problema para viajar por luz por las cuevas que comunicaban los pisos: eran tan irregulares y en algunos lugares tan pequeñas que, cuando era luz, con sentidos reducidos, no podía ver por dónde iba, chocaba y me perdía. Así que para cambiar de piso debía transitar a pie los caminos.

Graso, flaco como un palo, pero muy alto, también me notó.

-Laso, ¡mira a quién tenemos aquí! -gritó como para que lo escuchen desde las ciudades vecina-. ¡Pero si es nuestra amiga Neo!

Sonreí mirándolo con cara de "te voy a matar" y respondí.

-Hola, estafador.

-Huahahahah -rió fuerte Laso, que era un gordo de dos metros-. ¡Que gran encontronazo!

Laso tenía una tendencia a la risa fuerte y a agregarle "azo" a la mitad de las palabras que decía.

-¿Cómo va el negocio? -pregunté.

-Próspero como siempre -respondió Graso.

O sea, le estaba yendo peor que a Napoleón en Rusia.

-Increíble -comenté verdaderamente sorprendida-. ¿Cómo carajos haces para mantener el negocio así?

-Con esfuerzo -dijo un poco alto Graso, para tapar la voz de Laso.

-Somos unos ladronazos increíbles -dijo emtusiasmado el gordo.

Siempre eran igual. Graso quería mantener una imagen positiva y Laso no se daba ni cuenta de que decir que robaban lo perjudicaba.

-Cállate -Graso codeó a Laso.

-Si, si.

-¿Quién es la señorita entonces? -preguntó otro hombre que estaba sentado a la mesa.

Estaba mal visto mantener conversaciones privadas en la mesa grupal. Además, no había ido a la mesa para tener una conversación amistosa.

-Ojo con ella, que la he visto matar un frole con mis propios ojos -advirtió Graso.

Ese comentario era preciado para mí. Me estaba haciendo propaganda. Se lo agradecí internamente.

Dark LightWhere stories live. Discover now