35 - Vinimos a pelear contra una suricata mutante

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Era muy placentero volar en nave espacial. Se sentía suave y era rápido. Bajamos del piso del policía verde y dejamos a Elias en la vereda, que con su mapa de papel electrónico se dirigió hacia el hotel. Luego nos dirijimos hacia la zona atacada por el suricata. Lisbeth le pidió los detalles de la situación.

-Alguien que todavía no hemos aprehendido -nos explicó- llevó a cabo un experimento en una suricata y la volvió... agresiva. La cuestión es que causa muchos problemas. El otro día -dio un ejemplo- tiró un edificio abajo.

Artemisa levantó las cejas en asombro.

-¿Un edificio entero?

-Sí -George asintió con la cabeza-. Por suerte, todos sus habitantes llegaron a saltar.

-¿Qué altura tenía? -Lisbeth hizo una pregunta lógica teniendo en cuenta que George había dicho que las personas habían saltado.

-Treinta y cinco -dijo muy seguro.

-¡¿Y saltaron?! -no pude contener mi asombro.

Por algún motivo, el policía se rió a carcajadas. Cuando paró, me respondió.

-Saltaron -dijo ya más tranquilo- es un sinónimo de que usaron un teletransportador.

-Ahhhh.

Tenía más sentido que si se hubiesen lanzado al vacío.

-¿Y por qué no se teletransportan de aquí para allá? -preguntó Artemisa.

-Establecer un teletransporte toma tiempo -le respondió George-. Cuanto más larga la distancia, más tiempo tarda. Y son equipos muy caros los que se utilizan para poder saltar. Como medida de emergencia tiene que haber uno cada cinco pisos siempre conectado a la comisaría más cercana.

Era interesante.

-Ya llegamos -anunció.

De nuevo las puertas del vehículo se abrieron solas y nos bajamos en un parque que, como el resto de la ciudad, parecía ser muy tecnológico. Pero el área tenía una diferencia al resto de la metrópolis: había ocho edificios en una cuadra que estaban tirados abajo, derrumbados sobre la mitad del parque. Además, estaba lleno de policías por todas partes, con el mismo uniforme que nuestro acompañante.

-¡Oficial! -le gritaron-. ¿Esa es infantería?

George asintió rápidamente con la cabeza.

-¡Bien! ¡Al fin alguien productivo! ¡Por aquí!

Seguimos al policía que nos había hablado y llegamos a un edificio que estaba rodeado de agentes de la ley con sus armas desenfundadas. Se veían igual a una pistola de mi dimensión.

-¡Está allí adentro, oficial!

El policía nos vió a nosotros, pero no dijo ni palabra y nos miró de forma ofensiva.

-¿Creen que pueden contra él? -nos preguntó George.

-Eso no se pregunta -dijo Lisbeth-. Claro que podemos.

-Pueden entrar -nos indicó.

Me habían quedado muchas preguntas. El por qué habían pensado que éramos infantería y por qué nos habían mirado con cierto odio eran algunas de ellas. Pero me sentía nervioso y emocionado: iba a ser un gran comienzo en la ciudad ser los héroes que se encargaron del famoso problema de la suricata mutante.

-Yo también voy -informé.

-Yo creo que me quedaré -dijo para mi sorpresa Artemisa.

Pero yo no le dije nada. Había vivido un tiempo en mi casa y había llegado a conocerla bastante bien: era una persona frágil y miedosa y, aunque nos ayudaba a pelear contra Lab-TECH por enojo y venganza, no se solía meter en líos.

Dark LightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora