El sábado...

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... Eveline me invitó a su casa como disculpas por lo del anterior fin de semana. Ya no estaba tan molesta, sino apenada porque ella no vendría al campamento. Nuestra relación no había sido la mejor ese último tiempo y se me ocurrió que el embalse serviría para volver a acercarnos, así que esperaba disuadirla para que cambiara de opinión, después de todo solo sería una semana y al regresar ella podía continuar asistiendo a otros eventos. 

Fui temprano para almorzar, luego miramos películas, jugamos videojuegos y nos quedamos hasta tarde escuchando música en su nuevo estéreo. Al otro día dormimos tanto que Mari fue a despertarnos con una reactiva chocolatada caliente y galletas. Por mucho que lo intenté, no pude hacer que cambiara de opinión respecto al viaje, pero la pasamos genial y resultó ser un buen descanso para la complicada semana que le siguió. Mientras tanto, la escena que había presenciado entre Eveline y Jason fue quedando atrás. 

El trimestre estaba por cerrar y los profesores nos estaban llenando de exámenes y trabajos. Miraba con sufrimiento un día libre que parecía estar a una distancia imposible de alcanzar; cuando no estudiaba, ayudaba a papá en la granja, y como Rosalinda había elegido ese momento para coger un resfriado y Anabelle trabajaba, debía ayudar en los quehaceres de la casa.

Sentí un gran alivio al llegar el jueves, cada vez faltaba menos para el sábado. Sin embargo, acabó siendo el peor día de la semana. Mi alarma se rompió y como si fuera poco, la camioneta de Joe se quedó a mitad de camino y tuve que tomarme el autobús, tenía un examen a primera hora y debía llegar a tiempo. 

En la corrida para llegar al autobús metí mis pies en un gran charco de barro, mis zapatillas de lona quedaron hechas un asco y llegó a penetrar algo de agua a mis calcetines. Cuando llegué al salón con unos minutos de retraso traté de explicarle a la profesora mi justificación, pero no le importó y con una señal al reloj de la pared, me advirtió que más me valía apurarme.

Como si no tuviera demasiado, a la profesora de contabilidad se le ocurrió reprocharme por las constantes reuniones que organizaba el Centro Estudiantil y que inoportunamente ocurrían en medio de sus clases. Le dije que eso debía hablarlo con Julián, el presidente, o en tal caso, con el rector que era el que autorizaba dichas reuniones. 

No le gustó mi contestación y frunciendo todo su rostro en una mueca desagradable, me advirtió que si llegaba a perderme otra clase más, o a salirme antes para ir a las reuniones, me restaría puntos. No se lo discutí, pero luego lo conversaría con Julián.

Para el recreo el barro de mis zapatillas ya estaba bastante seco, me saqué los calcetines que metí dentro de una bolsa en mi casillero y me resigné a estar con los pies desnudos sintiendo la humedad del interior de la lona por el resto de la jornada.

El almuerzo fue mi único descanso y ni aún así lo pude disfrutar. Julián no hacia mas que quejarse de una y otra cosa. Fue abrir mi bolsa de papel donde llevaba el almuerzo y sacar el envoltorio para que mi día terminara de arruinarse por completo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Julián al oír mi quejido.

—Ana volvió a hacerme un emparedado de atún —rezongué, devolviendo el envoltorio a la bolsa con una mueca de asco. Odiaba el atún, podía comer lo que sea, era la persona más flexible del mundo en cuanto a alimento se refiere, excepto con el atún. Me producía arcadas tan solo imaginar su olor. 

Saqué mi jugo e incrusté el sorbete con fuerza, imaginando que era el culpable de mi mala suerte y se salpicó parte del líquido fuera. Marcos soltó una pequeña risita que desapareció en cuanto lo fulminé con la mirada y Julián se limitó a mirarme sin expresión alguna, seguramente pensando que era patética.

—Ve por algo de la cafetería, de seguro debe quedar tarta —opinó Marcos, tratando de levantarme el ánimo.

—Agustín se llevó la última porción —dijo Julián, pasando la página de su libro. Volví a gemir, dejando caer mi cabeza contra la mesa en un sonoro golpe y Julián corrió su gelatina para que no la chocara—. Hay niños que no tienen para comer, Maggie.

El chico equivocado© [COMPLETA]Where stories live. Discover now