Por la noche...

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... continuaba sin poder quitarme las palabras de Eveline de la cabeza «Confío en ti». Cuando desperté al día siguiente Eveline ya no estaba en Cuesta Verde. Quedábamos Jason y yo, solos, con el resto de los mortales que poco me importaban y un gran deseo en medio. Si fuera una chica sin escrúpulos hubiera ido corriendo a sus brazos.

Pero no era así. Aunque parezca que me estaba pasando por el traste mi amistad con Eveline, la realidad era que me importaba y mucho, sino no me hubiera pasado el resto de los siguientes días sin salir de mi casa excepto para ir al trabajo. Lo único que hacia era ver televisión y dedicarme a mis artesanías. Hacia mucho tiempo que no me centraba en alguna actividad que disfrutara y me había parecido buena idea desempolvar las cajas llenas de materiales y pinturas que guardaba en mi armario.

Uno de esos días, Anabelle se apareció por mi habitación al volver del trabajo para invitarme a merendar con ella, en parte un poco extrañada por mi ausencia. Había comprado unas macitas secas en la panadería y Rosa había preparado un licuado de banana.

—Bajo en un momento —contesté, sin levantar la mirada, concentrada en lo que hacía.

—Hace mucho que no te veía con tus manualidades —observó.

—Me inspiré de repente.

—Me alegro, te vendrá bien para liberar tensiones. Los exámenes este año te han tenido muy nerviosa, espero que el año que viene no sea igual. Recuerda que antes que todo está tu salud.

Levanté los ojos al oír su voz preocupada y esbocé una sonrisa para tranquilizarla.

—Descuida, la señora Férida me trajo mucha hierba de tilo de su viaje —bromeé.

—Que precavida. No te quedes aquí encerrada, baja a merendar algo y luego sigue con eso en el parque así tomas aire fresco.

—Bien. Oye, papá no vendrá a cenar —le avisé, antes de que cerrara la puerta—. Me dijo que salió una reunión de último momento con el sindicato y llegará tarde.

Ana se quedó en silencio con la vista clavada en el suelo. Pude observar que debido a mi presencia se reprimió una expresión de molestia. Asintió con la cabeza, repitiendo que me esperaba en la sala y se marchó.

Odiaba que papá hiciera eso. Ana se esforzaba mucho por llegar temprano para poder pasar tiempo con nosotros. Que estuviera en la hora de la merienda era lo mejor, ella trabajaba muchas horas y además las reuniones vecinales de las que era parte le estaban ocupando todo el día.

Papá trabajaba mucho también, pero a veces parecía que en sus ratos libres preferir pasar tiempo en el taller con sus amigos, o hablando durante horas con cualquier otra persona que estar en su casa. Era tonto de su parte desaprovechar ciertos momentos con Ana teniendo en cuenta las fuertes peleas que tenían últimamente. Si yo hubiera estado en su lugar, hubiera vuelto a casa con un lindo ramos de flores y la habría invitado a cenar fuera. O por qué no, podían tener una romántica cena en casa por algo preparado por él —cocinaba una deliciosa carne al horno— y yo estaba muy dispuesta a irme a casa de Joe por una noche.

Era una gran idea, así que pensé en comentársela luego.

Para adelantar trabajo, decidí llevarme lo que estaba haciendo conmigo a la sala. Agarré el aro con el hilo enredado y lo metí en una pequeña bolsa junto con otras cosillas necesarias. En la sala, Anabelle estaba sentada en el sillón individual con el ventilador a su lado. Hacia unos treinta y ocho grados fuera y solo podíamos vivir si nos manteníamos cerca de alguna corriente fresca.

—Casi lo acabas —observó mi trabajo, mientras abría el paquete de macitas—. ¿Se lo regalarás a alguien?

—No creo.

El chico equivocado© [COMPLETA]Where stories live. Discover now