En vacaciones de invierno...

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... Alexia volvió para pasar los días con nosotros. Pablo también regresó de una larga visita en casa de su madre y nos contó que se la había pasado peleando con su padrastro. Atormentado por no tener intimidad, regresó a la casa de Jason donde siempre era bien recibido y decidió conseguir trabajo en el pueblo. 

Tras una mañana de terribles síntomas que me mantuvieron recostada en el sofá viendo televisión, sin poder levantarme más que para ir al baño y revisar la nevera por comida, salir de casa fue como revivir de una semana de gripe, solo que al otro día me volvería a ocurrir y así hasta que eso se acabara. Como eran vacaciones, podía quedarme reposando en casa, pero Ana estaba considerando la idea de que no regresara a la escuela para poder atravesar el último trimestre tranquila. Yo no estaba para nada de acuerdo. Habíamos peleado mucho para que me dejaran quedarme a terminar mi último año y no estaba en mis planes tener que retrasar mi graduación, asistiría al colegio hasta mis últimos días aunque tuviera que parir en medio del acto escolar; estaba segura de que sería una buena despedida para todos. 

Pero mientras tanto, esos días los disfrutaba... como podía. Salía al porche y me sentaba viendo a la gente pasar cual anciana aburrida por las tardes, Rachel me traía té helado y conversábamos, mientras me sometía a todo tipo de preguntas sobre el bebé. Jason estaba siempre que podía conmigo, pero aprovechando los días libres había vuelto a trabajar con su madre. Después volvía a la casa y me encerraba en mi habitación cuando me cansaba de que las vecinas y amigas de Ana se acercaran a conversar conmigo para darme sus consejos. Yo solo quería gritarles que me dejaran en paz y  preguntarle a Dios cuándo diablos nacería la criatura para dejar de sentir que me aplastaba los pulmones.

—Estos meses son los difíciles, pero debes disfrutarlo, pronto nacerá y recordarás con nostalgia el embarazo —me decían algunas, pero yo prefería escuchar a Milena que ya había pasado por eso cuatro veces.

—Hay algunas formas de sobrellevarlo y también de adelantarlo —decía, como quién no quiere la cosa mientras me preparaba una de sus infusiones mágicas para las náuseas.

—¿Y cuáles son?

—Una de ellas es con yoga, o cualquier ejercicio —y mirando que no anduviera nadie cerca, se acercó a mi y murmuró bien bajito—, y otra es activando con tu chico. Si tienes energía, claro. A veces una esta que no se puede ni mover.

Mi rostro debió ser un poema, porque Milena comenzó a reírse.

—¿Te refieres a...?

—Las relaciones son un gran estimulante —afirmó ella con seriedad—. Pregúntale a tu médica si tienes dudas, aunque la ridícula que tienes seguro te manda un cinturón de castidad. La tuve con mi segundo hijo y me desquició. Pero, de todas formas, lo que yo te digo puedes implementarlo más adelante, porque ahora le falta un poco más a ese panquecito. Aunque... nunca esta de más practicar —añadió con una sonrisa sugestiva y se me enrojeció el rostro por completo.

Agradecía que no estuviera Ana para escuchar lo que su amiga me decía porque era capaz de agarrarle un infarto.

Estaba completamente pasmada con la revelación. Y hambrienta por descubrir más cosas de la naturaleza humana que nadie me decía, ni siquiera mi propia y estúpida médica, comencé a frecuentar más a Milena. Iba cada tarde a merendar, me suministraba una de sus infusiones especiales y al mismo tiempo me alimentaba de conocimiento. Sentía que podían ser las únicas oportunidades de resolver los misterios de la vida de una mujer y expulsé todas mis dudas y me enteré de otras tantas que no sabía que necesitaba saber. Estaba fascinada. Algunas se las conté a Jason, otras elegí guardármelas con secreta picardía.

El chico equivocado© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora