El sol se escondió...

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... y el cielo volvió a nublarse. Lo que pensamos que sería el comienzo de una estación fría, pero aplacada por los rayos solares, se volvió un invierno crudo y húmedo. Carla limpiaba las paredes de la casa cada dos días para que la humedad no se esparciera y Ana mantenía los pisos de madera calientes para que no se inflaran. Las madres debían aprovechar las pocas mañanas de sol para poner la ropa a secar y los virus gripales se estaban propagando.

Después del almuerzo en casa de Jason, regresé a mi casa y fui recibida con la desagradable noticia de que Joe se marcharía esa misma noche.

—¿Tan pronto? ¿Por qué? Dijiste que te irías el martes —le dije, sintiéndome triste.

—Lo siento, Maggie. Me encantaría quedarme pero tengo que regresar. ¿Recuerdas ese trabajo del que te hablé? Va a iniciar antes y tengo que estar allí —contestó, bajando por las escaleras la única maleta que había traído.

—Tranquila, él volverá en cuanto pueda. Pero primero las prioridades, Maggie —me dijo Anabelle, acercándose a mí para abrazarme por los hombros.

Durante la comida, intentamos pasarla bien lo poco que nos quedaba juntos. Él hacía bromas y Ana reía, y aunque yo me esforzaba no podía dejar de sentir angustia. No porque se marchara, en algún momento yo también me iría. Sino porque no le creía ni un poco esa excusa de que debía estar antes para el trabajo de la construcción. No tenía sentido que hubieran adelantado todo y menos sentido tenía que él se encontrara tan perturbado. Algo había ocurrido la noche anterior que lo había dejado mal y volví a pensar en Loretta.

Si lo pensaba con claridad, era mejor que se fuera. Tal vez alejado de lo que le causaba dolor pudiera reanimarse.

Después de la cena, cuando Ana se dispuso a lavar los platos, Joe sacó del refrigerador unos bombones helados rellenos. Mis favoritos.

—A que no soy el mejor, ¿eh? —dijo, regresando a la mesa. Con una sonrisa de niña emocionada no tardé en agarrar un bombón y llevármelo a la boca.

—Mmm, esto definitivamente es la gloria —gemí al saborear el dulce chocolate junto con el helado de crema.

—Y si pudieras beber, habría traído unas cervezas —comentó, llevándose un bombón entero a la boca como si fuera un caramelo pequeño—. Dios, ahora que lo pienso no puedes beber cerveza ni nada que contenga alcohol. Debes estar pasando por la peor tortura del mundo.

—Claro que no. Es peor, porque cosas que antes me gustaban ahora no me gustan. ¡Imagínate que tu comida favorita de pronto te cause náuseas!

Joe me miró con una expresión de horror. 

—Dime por favor que el batido de chocolate que bebíamos todavía te gusta —preguntó temeroso.

—Si no fuera así ya me habría tirado a las vías del tren.

—Pues menos mal, porque... —Con una sonrisa pícara, se levanto de la mesa y desapareció por la cocina.

Fruncí el ceño extrañada, aprovechando a agarrar dos bombones más antes de que él volviera y se los comiera todos de un solo bocado. Tardó unos minutos en volver y cuando lo hizo traía en sus manos dos tazas de nuestro batido de chocolate caliente favorito que comprábamos en la estación de servicio. Era mi gusto culposo, lo solía beber a escondidas de Ana porque ella decía que era comercial y estaba hecho a base de puras porquerías. Pero no me podía negar a su delicioso aroma.

—¡Te adoro! —exclamé, agarrando la taza con cuidado para no quemarme—. Y está bien calentito.

—Esta vez lo dejé bastante en el microondas. 

El chico equivocado© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora