-A ver, a ver...

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»... Recuérdame una vez más por que acepté ayudarte en esto -me preguntó Roberta, subida a una banca para colgar unos globos con brillos.

-Porque eres una gran persona y te haré todos los trabajos de contabilidad del primer trimestre -respondí, pasándole la abrochadora.

-Cierto. Eres buena haciendo negocios.

El salón estaba quedando hermoso, pero todavía quedaba mucho trabajo por hacer. El fin de semana estaba lleno de eventos sociales: el viernes era la peña del maíz, que se llevaba a cabo en la plaza central y había varios shows, además del tradicional concurso de la reina del maizal. El sábado era la presentación en sociedad de las jovencitas de Cuesta Verde que mostraban su transición de niñas a mujeres, o algo así.

Yo jamás había asistido a una, era una fiesta especialmente por y para la gente de sociedad. Pero ese año a Ana se le había ocurrido la estúpida idea de meter sus narices en las actividades del comité vecinal y como la excelente organizadora que era, la señora Saavedra le pidió el favor de que la ayudara con el gran evento.

Así que allí me encontraba, ayudando a Ana que estaba enloquecida porque la fecha se acercaba y todavía faltaban muchas cosas por hacer. Todas las noches se arrepentía de haberse ofrecido a ayudar, pero se convencía diciendo que luego sobraría mucha comida para traer a casa.

A veces me aburría ir sola al salón, así que esa tarde aproveché el día libre de Roberta para pedirle ayuda. Además, las abusivas de Betty y Candy me daban ridículas tareas, como servirles cafés, llevarles bocadillos o solucionar dificultades simples como cocer el pequeño desgarro de una cortina; esto último les encantó tanto que me pidieron agregarle detalles a los manteles y cortinas, incluso les pareció una genial idea ponerle bordados a las fundas de las sillas.

Como no podía negarme porque no quería hacer quedar mal a Ana, acepté. Pero por supuesto que les saqué unos cuantos centavos, ellas estaban más que encantadas, si cobraba por mi trabajo significaba que valía la pena. Eso lo había aprendido de Eveline que solía basar la calidad de cualquiera cosa de acuerdo a su valor.

-¿Ahora colgamos las cortinas? -preguntó Roberta, bajando de la banqueta.

-La señora Stewart tiene que traer primero las luces colgantes. Vayamos por algo de comer, así mientras les termino algunos detalles.

Juntamos todo y nos trasladamos al bufete. Le hice señas a Didi, la cocinera, y nos sentamos en la mesa.

-No puedo creer que esté ayudando a organizar esta fiesta de mierda. Es todo lo que alguna vez odié y aquí me encuentro. -Roberta se la había pasado todo el día quejándose, pero hasta el momento no se había ido. Se lo agradecí, yo en su lugar no sé si habría aceptado estar metida en este infierno.

Didi se acercó con dos chocolatadas frías y unos sándwiches.

-Coman todo que las doñas vinieron hoy temprano a trabajar y nos pidieron comida a rolete. Si continúan engullendo así no van a caber en sus vestidos -comentó soltando una risita contagiosa. Didi estaba un poco enojada porque para el evento habían contratado un catering aparte en vez de darle la oportunidad de lucirse al personal del lugar.

-Ojalá se les desgarre las vestiduras en el trasero, pagaría por ver eso -agregó Roberta.

Didi soltó una gran carcajada.

-Ay querida, quédate tranquila que mejor va a ser verlas subirse a las mesas ebrias mientras alientan a sus hijas en el baile formal. El poderoso licor que trae Julius cada año nunca falla.

Yo no podía creer que esas dos mujeres fueran tan maquiavélicas. Pero reconozco que en el fondo tenía su gracia.

-No sean malas. Espero que todo salga bien, se esfuerzan mucho durante meses para una sola noche -acoté.

El chico equivocado© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora