La fuerza vital con la que irradiaba el sol...

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...contrarrestaba con el frío inaguantable que calaba mis huesos. Me subí el cierre de la campera al sentir una brisa helada golpear mi pecho. Sabía que en pocos segundos tendría de vuelta calor, pero mejor eso a agarrarme una pulmonía y tener que aguantar a Ana regañarme por ser tan descuidada. Ya comenzaba a sentir síntomas de un resfriado.

El coordinador llamó a todos con un grito para que nos acercáramos al autobús. Julián tuvo que repetir la acción porque nadie había hecho caso.

—¿Estás bien? —me preguntó cuando fue mi turno de subir. Él y el profesor Ernesto estaban a cada lado de la puerta, asegurándose que no quedara nadie abajo. Aprovechando que había más chicos detrás mío, pasé de largo sin contestarle.

Elegí uno de los asientos del fondo para descansar tranquila, esa mañana me había levantado muy temprano para ayudar con los preparativos de la vuelta. Ya había pasado una semana del embalse, todos la habíamos pasamos muy bien pero estábamos ansiosos de volver a nuestras casas y disfrutar de la última semana de vacaciones.

El autobús tardó veinte minutos en arrancar. Siempre era lo mismo, supongo que tenían miedo de que se quedara algún chico en el campamento; no obstante antes de subir había visto al conductor tomándose su tiempo mientras disfrutaba de un café y un cigarro. Julián le gritó a alguien y un momento después el chofer volvió a su lugar, el profesor Ernesto se acomodó en un asiento de adelante con los audífonos puestos y el autobús partió.

En las primeras horas pude dormir un poco, pero cuanto más cerca del mediodía nos encontrábamos más difícil se me hacía debido a los fuertes rayos de sol que entraban por las ventanas y calentaban el interior del autobús convirtiéndolo en un gran horno. Intenté cubrirme el rostro con mi campera para que lano me diera de lleno. Tenía calor y dolor de cabeza.

Exasperada, saqué el walkman de mi bolsito y me puse a escuchar un popurrí de canciones que tenía grabadas en un disco. Cuando comenzaba a dormirme, Julián se sentó al lado mío.

—¿Te ocurre algo? —Intenté mirarlo con cara de pocos amigos para que supiera lo cansada que estaba y que no deseaba platicar con nadie—. Ey, no me ignores.

—Madre mía —resoplé, volcando los ojos.

—¡Oye! —me dio un pequeño empujón—. Te noto bastante perdida. Desde ayer que estás distante, por no ir más lejos y mencionar esas veces en las que te apartabas del grupo y parecías estar con tu cabeza en otro lugar. —Revoleé los ojos—. Maggie, enserio. Alejandra llegó a pensar que estabas ebria.

—Solo es agotamiento. Deseo llegar a casa y dormir una larga siesta en mi cama hasta el año dos mil —expliqué, refregándome los ojos. Julián me miró buscando la mentira en mi rostro. Quiso agregar algo más pero un chico de las primeras filas lo llamó.

Suspiré aliviada cuando se alejó. Volví a relajarme en mi asiento, pero no pude dormir ni centrarme en la música, Julián había conseguido arruinar mi paz interior al hacer que pensara en el motivo por el cuál estaba así. Por más que me pesara tenía razón. La semana en la que me tendría que haber divertido y disfrutado con mis amigos me la había pasado distante, sin poder incluirme en las actividades. Pero todo era culpa de Él que ocupaba gran parte de mi tiempo y mis pensamientos, en especial los últimos días.

Era Él.

Jason.

La última vez que lo había visto fue en el instituto, un día antes del viaje. Habíamos quedado en volver juntos a casa.

Como todo en mi vida, nada podía ser perfecto.

En la última hora del viernes, ya lista para ir a su encuentro, la profesora nos dejó salir unos minutos antes de que sonara el timbre. Aproveché esos minutos para ir al baño a arreglarme. No había dejado de pensar ni por un segundo en su invitación.

El chico equivocado© [COMPLETA]Where stories live. Discover now