Me desperté...

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... un rato después completamente desorientada. No sabía qué hora era, pero sentía que había dormido una eternidad. Mis huesos estaban rígidos y tenía frío, incluso estando tapada con una manta. Debajo tenía una remera larga y supuse que Ana me había cambiado.

Me incorporé y una punzada fuerte atravesó mi cabeza. Si fuera por mí  podía seguir durmiendo otro día entero. Pero no podía volver al mismo relajo que había encontrado anteriormente, era como el momento posterior a una tarde entera de llanto sin haber derramado una sola lágrima, tal vez porque ya no me quedaban.

Me puse de pie y busqué ropa para cambiarme. En la casa solo estaba Rosalinda viendo televisión en la sala mientras cocía una prenda. Me extrañó encontrarla de vuelta, por lo que recordaba se había retirado antes de que yo entrara a bañarme. No había señal de Ana y tampoco de papá.

Intuyendo que Rosa estaba allí por pedido de Ana para cuidarme mientras se ausentaba, atravesé el pasillo en puntas de pie y abrí la puerta de la calle con extremo cuidado. No estaba el auto ni la camioneta, no me quedaba otra que ir caminando. Los nietos de mi vecina jugaban saltar a la soga en la acera. Riley los observaba, cumpliendo su rol de hermana mayor, mientras peinaba a su muñeca preferida. Al verme no dudó en venir a saludarme.

—¿Estás mejor? Ana le dijo a mamá que te sentías mal.

—Sí, un poco. 

Riley me miró arrugando la frente.

—No lo parece. ¿Estás segura que te sientes bien? 

—No, pero no quiero quedarme en casa —confesé. Ella asintió como si comprendiera.

—Cuando me enfermo, mamá insiste en darme un remedio que es asquerosísimo. Yo antes fingía que lo tomaba y después lo escupía. Pero ahora se dio cuenta y me hace mostrarle que no tengo nada en la boca.

—¿Aceite de hígado de bacalao? —pregunté con una sonrisa. Riley me respondió con una mueca de asco—. Lo odiaba. Pero siempre que debía tomarlo tenía preparada una taza caliente de té bien azucarado para beber luego, así me quitaba el mal sabor. Inténtalo.

—Lo haré.

Cuando se dio cuenta que se estaba alejando mucho de sus hermanos, me deseó que me mejore y se fue corriendo. Era la conversación más larga que había tenido en mucho tiempo con otra persona que no fuera parte de mi familia, o Jason.

Continué el camino sintiendo los huesos pesados. A pesar de que mi destino no era tan lejano, el tramo se me hizo especialmente largo. Me detuve en en un almacén con ganas de comprar un jugo fresco para beber, pero antes de ingresar noté desde afuera que había un grupo de chicos del colegio y desistí.

Una vez llegué a la casa de Jason, atravesé el patio y me acerqué a tocar la puerta. Escuché voces que se acercaban del otro lado, voces familiares y mi reacción fue esconderme detrás del árbol de mandarinas de Carla. La puerta se abrió y salió Eveline.

Abrí la boca con mi corazón en la garganta y me tuve que sujetar a la pared para no desvanecerme.

—Eveline... —dijo Jason con un tono suave, antes de que ella se fuera—. No seas testaruda. 

—Nos vemos en la escuela —contestó ella sin expresión alguna. Intenté verle bien el rostro: éste se encontraba gélido, el brillo carente en sus ojos y la línea fina de sus labios rosados me transmitieron una visión muy familiar que había visto varias veces en su madre. Eran Genové, mujeres con clase y gracia, pulcras y bellas, con la sangre de hierro para soportar cualquier situación sin exaltarse, siempre con cordura y decencia. Por eso mismo imaginaba que no me había vuelto a hablar aunque sea para descargarse y gritarme insultos en la cara. La primer discusión a la que nos enfrentamos cuando nos descubrió a mí y a Jason debió ser todo un mal percance para ella, pero a partir de ese momento lo único que se había dado el lujo de transmitirme eran sus miradas afiladas llenas de odio y sus palabras dañinas, que si bien fueron pocas, lograron causarme una gran herida.

El chico equivocado© [COMPLETA]Where stories live. Discover now