CAPÍTULO 7

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POV Natalia

Uno... Dos... Tres...

Colgué antes de que me saltara el buzón de voz y volví a marcar con un nudo en el estómago. Esa era la última vez que lo intentaba.

— Vamos... Vamos, contesta... — Supliqué a sabiendas de que no iba a servir de mucho —. Por favor.

Apreté mis párpados con fuerza y dejé de caminar en círculos. No sé por qué seguía intentándolo. Era inútil.

Me tragué las ganas de estampar el teléfono contra la pared y acabé sentada en el suelo con la cabeza entre mis rodillas, esforzándome por calmar los temblores que amenazaban con dominarme.

Prometió que no se iría. Prometió que seguiría aquí para nosotros, pero llevaba seis semanas sin dar señales de vida y yo ni siquiera le había dejado despedirse. Estaba tan enfadada con su decisión, que ni siquiera dejé que se acercara a mí. Ni contesté sus llamadas la semana de después.

Me había comportado como una auténtica gilipollas. Y ella no se merecía eso. Ella no.

Noemí había sido aquella persona que había puesto su confianza ciega en una niña que tan solo había visto bailar en un recital del colegio. Una niña que apenas era capaz de atarse bien las puntas y que era demasiado insegura para saber colocarse debajo de unos focos. Ella había sabido ver en mí algo que yo ni siquiera sabía que tenía, se volcó en formarme hasta que pude volar sola, y el único modo en el que yo había sabido devolérselo era siendo una puñetera egoísta.

¿Por qué siempre tenía que acabar jodiéndolo todo?

El aire empezó a trabarse en mi esternón y todo empezó a darme vueltas, pero por mucho que trataba de frenarme, ya era demasiado tarde. Ya no había vuelta atrás.

— Ici.

El hilo de voz que salió de mi garganta fue suficiente para que la puerta del baño se abriera de par en par.

— Nat.

No tardó ni una fracción de segundo en lanzarse en el suelo para arrojarme entre sus brazos. Sus manos se aferraron a mi cuerpo como las mías a su espalda y entonces sucedió.

Me rompí.

Las lágrimas salieron como torrentes descontrolados de mis ojos, su cuello sofocaba mis sollozos y mi cuerpo se sacudía con fuerza contra su pecho. Estaba tan cansada de contener todo aquello, que apenas fui capaz de escucharla cuando me habló.

— Estoy aquí. Estoy aquí, Nat. Estoy aquí.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí tiradas, pero Ici no dejó ni un momento de acariciar mi espalda. Cada vez más lento, cada vez más suave, hasta que mi respiración se fue acompasando a la suya y pude centrarme en los latidos de su corazón.

Estábamos en silencio y mi cuerpo se había ido relajando contra el suyo. Tenía los ojos cerrados, pero aún pude notar cómo sus dedos se hicieron con un mechón de mi pelo para luego acercarlo a mi nariz, haciéndome sonreír y gruñir a la vez que me revolvía.

— Para.

Su risa vibró contra mi mejilla y volvió a acariciarme la melena.

— No te me duermas en el suelo, eh... Que ya estamos mayores para estas cosas.

— No me duermo. — Prometí estrujándola con más fuerza —. Lo siento.

Pegó sus labios a mi frente con delicadeza, dejando ir un suspiro.

— Solo no vuelvas a encerrarte en el baño con pestillo, Nat. Me he cargado la puerta de una patada.

Me retiré lo suficiente como para fijarme en el pomo destrozado, lo que me hizo soltar una débil carcajada.

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