CAPÍTULO 64

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POV Alba

Cancún, Quintana Roo (México)

Lo vi en sus ojos.

Vi en sus ojos el momento exacto en el que la perdí.

Y lo peor era que no fui consciente de todo lo que había salido por mi boca hasta ese instante.

Dios mío...

En mi mente sólo existía la necesidad asfixiante de hacerle cambiar de opinión, de hacerle ver que eso no podía ser, de que comprendiera que no podía sentir lo que decía sentir.

No. Yo quería creerlo, yo quería convencerme, yo quería pensar que eso no era real.

Porque si lo era...

Joder.

Si lo era, todos tendrían razón. Yo habría estado aprovechándome de una ventaja que no quería y, por si fuera poco, yo...

No.

No estaba bien.

No, no, no, no, no.

Ella no podía estar enamorada. Ella se acostaba con más gente, para ella era "solo sexo", para ella solo éramos animales que sienten atracción los unos por los otros. Ella no se enamoraba. Lo dijo.

Carlos.

Cuando le mencionó mi mundo se acabó de derrumbar. Yo no podía haberle hecho eso a él. No podía haberle engañado de esa manera. Esto no era real, no se lo merecía.

¡No!

Yo no le había engañado. Ella me había engañado a mí, me había hecho creer que esto era solo diversión, que no iba a haber nada más, que todo estaba bajo control.

Necesitaba que todo volviese a estar bajo control.

Estaba furiosa. La voz de mis pensamientos gritaba con tanta fuerza, que no escuchaba la que salía disparada de mi garganta. El terror me estaba cegando con tanta fuerza, que ni siquiera fui consciente de la cantidad de burradas que estaba diciendo para obligarla a retractarse.

Hasta que fue demasiado tarde y, cuándo pude darme cuenta de todo, se marchaba.

No, no se marchaba, la había echado.

La había destrozado. Había proyectado toda mi frustración contra el blanco más fácil, había destrozado a la única persona del planeta que me hacía sentir a salvo en un caos que me aterraba.

No, por favor...

Tenía que pararla. No podía irse. No podía dejarme.

La necesitaba.

— Siento haberme enamorado de ti, Alba... De verdad que lo siento.

Detectar el dolor en su voz fue el peor tanque de ácido en el que pude haber caído.

Le había hecho daño. No había parado hasta emujarla tan lejos como para tirarla conmigo del precipicio, y ella ni siquiera debería estar ahí.

Se me cortó el aliento, mi vista nublada se convirtió en un borrón y el temblor de mis piernas me hizo caer de rodillas. No podía respirar, el aire no pasaba más allá de mi esternón y me estaba mareando.

¿Qué había hecho?

¿Qué coño había hecho?

Mi mente empezó a procesar todo lo que acababa de pasar, cada palabra cargada de veneno que había soltado, la forma en la que se había esforzado para no empeorarlo...

Come Out And PlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora