CAPÍTULO 11

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POV Alba

Conocía aquel restaurante desde que prácticamente aterricé en Madrid, lo que iba siendo algo más de año y medio; pero teniendo en cuenta lo entrañable que me había parecido que se molestara en buscarlo y guiarnos con las indicaciones de su móvil, decidí que era mejor quedarme callada.

Había leído suficientes libros de derecho como para saber que no decir algo poco relevante era un acto totalmente lícito y, además, no iba a ser yo la que rompiera ese buen humor con el que había aparecido. Estaba siendo hasta - casi - agradable conmigo, y eso era un gran paso.

— Entonces no es que estés haciendo una carrera como tal, sino que estás haciendo asignaturas sueltas que te vienen bien para lo tuyo, ¿no? — Preguntó llevándose la última cucharada de su helado a la boca.

Sonreí viendo como la giraba en su interior para luego sacarla del revés. Llevaba haciendo eso toda la comida.

— Sí, algo así. — Me encogí de hombros —. No me sirve de nada tener un papel que me diga que sé hacer algo, lo que quiero es saber hacerlo.

Asintió tratando de almacenar ese nuevo dato.

Debíamos llevar sentadas en ese mismo lugar horas, aunque desde que tuve que apagar el teléfono para que Marina dejase de llamar, había perdido un poco la noción del tiempo. Se lo merecía por chinchona.

La morena se había deshecho del gorro de lana que cubría su cabeza para luego apartarse casi toda su melena hacia un lado. La había visto hacerlo otras veces, pero hasta ahora no me había dado cuenta de lo obsesionada que estaba con revolvérselo y recolocarse el flequillo.

Empezaba a entender por qué siempre lo llevaba recogido cuando hacía cosas que requerían su atención.

— Todavía no supero que seas rubia... Se me ha caído un mito.

Otro detalle del que me había dado cuenta, es que cuando se reía de verdad aparecían arruguitas en el puente de su nariz y sus ojos prácticamente de cerraban. Estaba graciosa.

— Claro... porque es muy diferente a que tú te decolores el pelo.

— Bueno, ya, pero es que no te imagino de rubia. No te pega nada.

— Por eso me tiño, genio.

Si me llegan a decir hace unas semanas que íbamos a poder estar tan relajadas compartiendo el mismo oxígeno... No les hubiera creído.

— ¿Sabes lo que yo no supero? — Volvió a hablar ella —. Que no te guste el helado de fresa, con lo que te pega eso.

— ¿Por qué? ¿Porque es rosa? — Sonreí incrédula al ver que asentía —. Eres una prejuzgadora nata, eh, Lacunza.

— ¡Oye! Que lo estoy intentando.

Moví mi cabeza de un lado al otro, recostandome en el respaldo de la silla. Esperaba sinceramente haber roto un poco esa imagen tan equivocada que tenía de mí, aunque con ella nunca se sabía.

— Te toca.

Nos habíamos logrado mantener en terreno seguro todo este tiempo, contándonos detalles que no iban más allá de nuestros gustos y rutinas; así que lo que dijo después fue un cambio repentino.

— Lo más parecido a una relación amorosa que he tenido en mi vida, ha sido con Ici.

— ¿Con Ici?

— Sí, la tía buena del pelo rosa.

Vaya... Las conexiones dentro de su grupo de amigos eran un tanto curiosas.

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