CAPÍTULO 54

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POV Natalia

El roce de sus dedos se detuvo al llegar al siguiente botón de la camisa, desabrochándolo lentamente como había hecho con los demás. La tela entreabierta ya apenas cubría el contorno de mis pechos, y si no fuese por la manta que teníamos por encima, mi costumbre de no llevar sujetador ya los habría dejado expuestos.

Seguí esforzándome por mantener la atención en la televisión, aunque la verdad era que había perdido el hilo del capítulo hacía un buen rato. Para ser sinceros, fueron sus caricias las que acabaron deteniendo el ritmo acelerado de mis pensamientos, y después de lo moralmente exhaustivo que había sido el día, era agradable este pequeño espacio tan nuestro que se había creado.

— Nat...

Bajé la mirada hasta encontrarme con sus enormes ojos dorados.

— Albi.

Moví la mano que descansaba sobre sus lumbares, por debajo de la camiseta, para presionarla contra el costado de mi cadera. 

Estaba más silenciosa de lo normal y yo tampoco estaba siendo la alegría de la huerta; pero había algo en esa cabecita rubia a lo que no dejaba de darle vueltas y, en un intento de animarla, levanté la cabeza del cojín - lo justo - para lamer su mejilla y sonsacarle una sonrisa. 

— Eres tontisísima. — Se quejó secándose en mi hombro.

— Tú más.

Dejé el mando sobre la mesa de centro y detuve su recorrido por mi abdomen. Me estaba provocando escalofríos, pero estaba tan abstraída que ni siquiera estaba siendo consciente.

— ¿Qué te pasa? — Pregunté acariciando su muñeca.

— Me gusta tu piel. — Comentó sin darle importancia —. Es suave.

Suspiré antes de apartar la manta y colocarla mejor sobre mi pecho, despegando su espalda del respaldo del sofá para que quedase estirada sobre mi cuerpo.

— La tuya también lo es.

Besé la punta de su nariz y utilicé mi mano libre para ponerle el pelo tras la oreja.

— ¿Qué más te pasa, gatita?

Dejó de apoyarse en sus codos y se escondió en mi cuello, provocando un cosquilleo cuando su respiración chocó con mi piel.

— ¿Por qué eres tú la que se preocupa por mí, cuando eres la que está peor?

Sonreí sobre su sien y la rodee con mis brazos. A mí me bastaba con eso, con que hubiera decidido quedarse aunque pudiera estar haciendo mil cosas más.

— Que a mí me pasen cosas, no significa que a ti no te pasen también. — Susurré en su oído —. Y si esas cosas te afectan, son igual de importantes. No las desmerezcas.

Soltó un quejido adorable mientras trazaba la curva de mi clavícula. La camisa - a esas alturas - debía estar más arrugada que una pasa, pero merecía la pena.

— ¿Eso también te lo enseñó tu padre?

— No, mi madre. 

Reí dándome cuenta de que lo de las arrugas en la ropa también era un pensamiento muy propio de ella. Oficialmente me estaba convirtiendo en la morena idealista e intransigente que siempre había sido Carmen, pero no me quejaba para nada.

— Te recuerdo que es psicóloga, hay que hacerle caso con estas cosas.

— Jo, Natalia.

— ¿Qué? — Reaccioné a su lamento —. ¿Qué he dicho?

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