CAPÍTULO 61

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POV Natalia

Cancún, Quintana Roo (México)

El vaivén de las olas se fundía con la vibración de las cuerdas, el olor a salitre se colaba en mis pulmones y el sol hormigueaba en mi piel.

Me estaba mal acostumbrado a esa sensación: a estar rodeada de silencios, a sentarme con los pies metidos en la arena y a sentir la cálida brisa acariciarme el pelo.

Era agradable, era diferente y, sobretodo, era reparador.

Poner un océano de por medio me estaba sirviendo para ver las cosas con algo de perspectiva, para ver más allá de esa sensación desgarradora que - aún - sacudía mis entrañas. Y, aunque todavía me sentía perdida en medio de los escombros, estaba recuperando las fuerzas para volver a empezar.

Poco a poco.

El crujido de la madera anunció el fin de mi momento de reflexión. No me moví ni dejé de puntear la guitarra, pero las comisuras de mis labios se elevaron al sentir un cuerpo fresco pegándose al calor de mi espalda.

Sus labios sedosos resiguiendo la curva de mi hombro fue lo siguiente que percibí. Sus piernas no tardaron en colocarse a cada lado de las mías y, sin querer evitarlo, le dejé un hueco para que pasara sus brazos alrededor de mi estómago.

— Buenos días, dormilona. — La saludé.

Su ronroneo se clavó en mi corazón, que seguía ahí, a pesar de todo.

La verdad era que, esos últimos veinte días, nos habíamos convertido en un par de perezosas con unos horarios de sueño muy dispares. Pero no iba a ser yo la que se quejase de pasar la mayor parte del tiempo entre besos y sábanas, mucho menos, si era con ella.

Me torcí lo suficiente para unir nuestras bocas en una serie de pequeños roces lentos, sin llegar a utilizar la lengua, hasta que las ganas de saborearla me pudieron.

Daba igual que apenas unas horas atrás hubiese estado hundida entre sus piernas, haciéndole gritar con tanta fuerza como ella me hacía gemir a mí. Nunca tenía suficiente.

— Bonita — dijo con voz ronca.

— Preciosa.

Su sonrisa me animó a morder ligeramente su labio inferior antes de retirarme.

No podía estar más guapa. El leve bronceado contrastaba con el rubio cenizo de su melena y, aún adormilados, el brillo de sus ojos contagiaba de luz cada rincón de sus rasgos dulces.

Podría mirarla eternamente.

— ¿Llevas mucho rato despierta?

Subió una de sus manos para retirar los mechones oscuros de mi cara.

— Un poquito. — Lo suavicé.

— ¿Y has llamado ya a la baby?

— Sip.

Me había acabado pasando la mañana delante del portátil mientras todos iban rotando frente a la cámara, en realidad.

— Mi familia te manda saludos y tu padre dice que llames más.

— ¿También estaba mi padre?

— Ahí estaba hasta el tato, gatita. — Confesé burlona —. Si hasta tu hermana me ha hablado desde una videollamada simultánea que estaba haciendo con la mía.

Come Out And PlayWhere stories live. Discover now