Capítulo 4

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Al día siguiente...

Luego de la charla con su padre y de poner en vilo de duda sus propias concepciones, Anabeth llegó a la conclusión de que, si realmente deseaba conocer esa otra faceta del pelirrojo, primero debería existir un marco de confianza entre los dos. 

En consecuencia, cuando sus amigas la abordaron en la cafetería con cientos de preguntas escabrosas, decidió reservarse sus verdaderas impresiones.

— Agh... Fue tedioso. —comenzó a decir, agregando una pizca necesaria de hartazgo en su voz—. Apenas si pudimos ponernos de acuerdo cuando nos repartimos las tareas. Se mantuvo callado todo el rato y al terminar se largó. Ni siquiera se despidió...

Un par de quejas estratégicamente repartidas aquí y allá, junto con un largo suspiro en el momento adecuado fue todo lo que necesitó para que su versión cobrara vida y convenciera a todo oyente de su veracidad. Muy pronto, las chicas dejaron de indagar, conformes y solo un tanto decepcionadas por el predecible relato del encuentro.

La castaña sonrió para sus adentros, satisfecha. Debía reconocer que el arte de la omisión se le daba bastante bien.

***

Sonó la campana, marcando el final de la última hora. Como cada lunes, la castaña se despidió de sus amigas quienes, al igual que el resto del cuerpo estudiantil, emprendieron su camino hacia la salida. 

Anabeth aguardó a que el tumulto se dispersara, antes de tomar sus pertenencias y dirigirse en dirección contraria hacia la cafetería. Por desgracia, el día aún no había terminado para ella. Era una lástima que fuera la única del grupo que asistiera a clases de Vóley.

Una vez obtenida su ración de almuerzo, ocupó la primera mesa disponible y se dispuso a comer en silencio.

Luego de una semana de lluvias intensas y humedad, el ambiente dentro de la cafetería se sentía extremadamente sofocante. Por lo que la joven, al terminar, recogió su bandeja y abandonó el recinto.

La fresca brisa otoñal impactó de lleno contra sus mejillas, disipando la molesta sensación de encierro. Cruzó el patio de concreto, topándose con las caras conocidas de siempre. Saludó a unos cuantos de los estudiantes que, al igual que ella, permanecían en las inmediaciones de la escuela holgazaneando hasta la hora de gimnasia. 

Anabeth pasó de ellos, continuando su paseo por el campus. Siguió el sendero de grava que serpenteaba hasta la línea de árboles. Al final de esta llegó a vislumbrar a un único estudiante tumbado en el césped. Si bien el tronco del frondoso roble obstruía una cuantiosa parte de su visión, la zona apartada era pista suficiente para darse una idea de quién podría ser.

Solo cuando estuvo a un par de metros del pelirrojo detuvo su andar, cayendo en cuenta de la estupidez que estaba a punto de hacer. Si Holmes venía a este lugar específicamente para huir de las personas, ¿qué demonios le hacía pensar que estaría dispuesto a entablar una conversación?

Desde ese punto, pudo ver a Mycroft sentado bajo la sombra del roble. Recargaba su espalda contra el tronco y sostenía un libro entre sus manos cuya portada no logró reconocer. Lucía relajado, completamente inmerso en su lectura. 

No se había vuelto a verla ni una vez. Si tenía un poco de suerte, quizá ni siquiera reparara en su presencia.

"Mejor lo dejo tranquilo."

La joven regresó sobre sus pasos, solo para tensarse de pies a cabeza al oír una voz a sus espaldas.

— ¿Puedo ayudarte en algo? 

Como si acabaran de atraparla en medio de alguna fechoría, Anabeth se giró lentamente confrontando esa mirada helada.

— Nada. Lo siento, ya me iba.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now