Capítulo 24

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Mycroft terminó de redactar el último párrafo de su discurso. Dejó el bolígrafo a un lado y contempló el papel luciendo satisfecho con su trabajo.

El director había pedido que los estudiantes de cada curso elaboraran un discurso para el acto de cierre de fin de año. Como era de esperarse, la responsabilidad había caído sobre sus hombros. Esa era una de las desventajas de ser el mejor alumno de la clase. Los profesores siempre se fijaban primero en él para realizar esta clase de tareas.

El joven consideraba los actos como una completa pérdida de tiempo. Los estudiantes rara vez prestaban atención a lo que decían por el micrófono, sin mencionar la cantidad de horas de clase que se desperdiciaban por causa de estos.

Luego de pasar hora y media repasando las mismas líneas una y otra vez, el pelirrojo se había dado por conforme, poniendo punto final al manuscrito.

Se enderezó sobre su asiento y estiró su espalda, sintiendo sus articulaciones crujir debido a la mala postura. Apagó la pequeña lámpara que reposaba sobre el escritorio y se puso de pie, dando por concluida su tarea.

Durante ese periodo, la habitación se había sumido en el mayor de los silencios. Agradeció internamente a Anabeth por eso. Ese viernes por la tarde, le pidió que cuidara de Sherlock mientras él elaboraba el discurso. No había escuchado ningún ruido de parte de ellos, lo que le permitió concentrarse con mayor facilidad.

Abrió la puerta y salió al corredor el cual seguía igual de silencioso. Mycroft agudizó el oído, intentando percibir algo. De nuevo, nada.

"Anabeth y Sherlock en silencio jamás puede ser una buena señal."

Caminó a paso ligero hacia la habitación de su hermanito. La puerta estaba abierta y el interior se encontraba vacío, como temía.

Bajó las escaleras y se dirigió hacia la sala de estar. Al entrar, se quedó petrificado por unos instantes. Sus cejas se elevaron hasta el techo y sintió su rostro palidecer.

En el medio de la sala, yacía Anabeth sentada en una silla atada de pies y manos con una mordaza en la boca y era evidente para cualquier observador, que estaba intentando forcejear las cuerdas.

La vista del pelirrojo se dirigió inmediatamente a su hermanito, quien se encontraba sentado de lo más campante en uno de los sillones individuales contemplando la escena. Tenía sus pequeñas manos juntas bajo su mentón y no demostraba ni el más mínimo atisbo de preocupación por la situación.

— Por Dios Santo... ¡Anabeth!

El joven corrió hacia ella y se apresuró a desatar sus muñecas. En segundos deshizo los nudos, liberando las manos de su compañera.

— Deente... Mycof. —intentó hablar a través de la tela, pero el joven no logró comprender sus palabras.

— ¿¡Perdiste el juicio, Sherlock!? —despotricó el pelirrojo, cambiando de lugar para desatar los pies de su amiga—. Cuanto lo siento, Anabeth. No debí...

— ¡Mycroft detente! —exclamó, una vez que se había quitado la mordaza por su cuenta.

El pelirrojo la miró consternado, sin comprender sus palabras. La castaña rodó los ojos con fastidio y se dirigió hacia el menor.

— ¿Cuánto tiempo llevaba?

Sherlock observó el cronómetro que tenía entre sus manos.

— Dos minutos con cuarenta segundos para ser exactos.

— Agh, dos vueltas de muñeca más y lo conseguía. Esa iba a ser mi mejor marca. —gruñó, cruzándose de brazos.

— Aun así, no ibas a romper mi récord de un minuto y cincuenta y dos segundos. —alardeó el niño.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now