Capítulo 54

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Sábado, fines de Febrero.

Anabeth pedaleaba por las frías calles de Londres. Era un día soleado y llevaba la suficiente cantidad de abrigo como para que el viento no le cortara el rostro.

Conociendo el camino de memoria, giró el manubrio a la derecha en la siguiente intersección y aminoró la marcha. Estaba con tiempo de sobra, por lo que se permitió disfrutar del recorrido. Hacía tiempo que no daba un buen paseo en bicicleta y mucho menos bajo un cielo despejado, tan inusual en la capital londinense.

Finalmente llegó a su destino: el hogar de los Holmes. Dejó la bicicleta a un costado de la propiedad y tocó el timbre.

A los pocos segundos, se abrió la puerta.

Las cejas de la chica se elevaron considerablemente al ver a su amigo. Llevaba puesto un esmoquin negro a la medida, con su respectivos gemelos y corbatín. Parecía listo para irse a una noche de gala.

— Que elegancia la de Francia. —recitó, entrando al vestíbulo—. ¿Asistirás a una boda?

— Buenos días a ti también, Anabeth. —por el tono desganado, ella intuyó que Mycroft no estaba muy entusiasmado por asistir al evento, sea cual fuese.

— ¿Qué tan malo es? —consultó, leyendo su expresión.

Mycroft sonrió a medias. Anabeth se estaba volviendo más intuitiva y transparente en lo que a observaciones se refería. Eso le agradaba, puesto que le ahorraba explicaciones innecesarias.

— Ópera. Una función de dos horas y media. —habló con pesar.

Anabeth tensó la mandíbula, empatizando con la pena de su amigo. Apoyó una mano en su hombro.

— Mi más sentido pésame. —le dio una palmadita a modo de consuelo.

— Gracias. Será una tortuosa agonía, pero sobreviviré.

Mycroft giró sobre sus talones y se dirigió a la sala. Ella le siguió pisándole los talones. Por ese breve instante, Anabeth se permitió observar con más detalle la vestimenta de su amigo.

"Debo reconocer que el esmoquin le queda bien al desgraciado."

Desplazó el pensamiento de su mente tan pronto como tomó asiento en el sofá.

Su visita no fue al azar. Mycroft la había llamado un par de horas atrás, pidiéndole si podría hacer de niñera por ese día. No había que ser un genio para entender el motivo.

— ¿Y cómo Sherlock se libró de esto? —preguntó con genuina curiosidad.   

El pelirrojo suspiró, sintiéndose un tanto celoso por la buena suerte de su hermano menor.

— Por desgracia, su corta edad le jugó a favor en esta ocasión. —se cruzó de piernas mientras hablaba—. Todo el mundo sabe que los niños y las óperas no se llevan. Sin mencionar que mi madre no estaba dispuesta a lidiar con alguno de sus berrinches antes, durante y/o después de la función.

— Ya, entiendo. —tamborileó los dedos en el brazo del sofá—. ¿Hay algo que quieras decirme antes de dejarme con el Mini-Holmes?

— Mmm... —llevó una mano a su mentón, fingiendo pensar la respuesta—. No rompan nada, no quemen nada y no exploten nada.

Anabeth soltó una carcajada sin poder evitarlo. ¿En qué momento esa clase de diálogos habían pasado a ser considerados como normales dentro de su vida diaria?

— No cuenta si hacemos alguno de los tres fuera de la casa, ¿verdad? —ladeó la cabeza hacia un costado, con gesto inocente.

Mycroft rodó los ojos, siguiéndole el juego.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now