Capítulo 57

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— Lo siento. —pronunció el pelirrojo, finalmente rompiendo el abrazo—. No deberías presenciar esto... —suspiró, avergonzado.

Secó la humedad de su rostro con la manga de su camisa, evitando el contacto visual.

— Mycroft, necesitabas desahogar. No te disculpes por eso.

Anabeth tomó su mano, esperando que ese pequeño gesto sirviera para darle ánimos. No quería que se sintiera avergonzado o cohibido por mostrarse vulnerable.

"Todos lloramos de vez en cuando... Incluso tú." Pensó la ojimiel. "No tienes que olvidarte de que también eres humano."

Mycroft aceptó el apretón, pero siguió con la mirada baja.

Anabeth sabía cuan reservado era y lo difícil que le resultaba abrirse ante otro ser humano. ¿Pero mostrarse débil? No necesitó poderes telepáticos para adivinar los pensamientos que estaban surcando por la mente del genio.

Apretó los labios en una fina línea, pensado qué debería decir en una situación como esta. Claramente las frases sensibles como <<todo estará bien>> o <<ya encontraremos una solución>> no servirían de nada.

"Ambos odiamos que nos compadezcan." Recordó.

Por eso no hubo palabras rosas ni frases trilladas. Sabía que serían completamente inútiles para una mente puramente racional como la de Mycroft.

— Oxitocina, endorfinas...

— ¿Qué? —elevó la mirada, solo un poco. Lo suficiente para ver a la castaña en una mezcla de melancólica confusión.

— ...adrenalina y, si mal no me acuerdo, corticotrofina. —recitó, como si se tratara de una simple lista de supermercado—. Sustancias secretadas durante el llanto.

"Si quiero animarte, lo haré. Pero no con cursilerías. Sino a través de la ciencia."

— Anabeth... —tragó, sintiendo la garganta seca. Por desgracia, aún no podía hablar con su voz habitual.

— Reduce el estrés, el mal genio, la ansiedad y actúa como un calmante natural. —siguió hablando al aire.

— ¿A dónde quieres llegar?

— Está científicamente comprobado que el llanto es bueno para la salud. —sentenció. Mycroft elevó ligeramente las cejas, entendiendo a dónde quería llegar—. Así que deja de martirizarte por ello. No tienes nada de qué avergonzarte.

El joven iba a hablar, pero ella se le adelantó.

— Y antes de que me digas que no lo haces, te informo que desde acá puedo oír tus pensamientos.

— Eres perfectamente consciente de que yo sé todo eso, ¿verdad?

— Seguramente. —concedió—. Pero no quería dejar pasar la oportunidad para recordártelo.

Una sonrisa triste se formó en los labios del pelirrojo.

"Chica lista."

— Ahora Mycroft, quiero que me escuches con mucha atención. —su semblante, así como su voz, se volvieron firmes—. Tienes razón. Eres un genio. Pero eres mucho más que eso, ¿está claro?

Al escuchar eso, el pelirrojo elevó la mirada. Hielo contra miel. Miel contra hielo. Al ver que había ganado su atención, Anabeth prosiguió con su monólogo.

— No te veas a ti mismo de ese modo. Sí, tienes una mente prodigio, pero eso solo conforma una parte de tu persona. ¿O ya olvidaste al Mycroft que se preocupa por su hermano menor? ¿O qué me dices del Mycroft que ama leer, tocar la batería y darme palizas en el ajedrez?

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora