Capítulo 33

1.5K 198 78
                                    

Era un sábado a finales de agosto. Poco a poco los días se acortaban y las mañanas habían comenzado a ser más frías, anticipando así el comienzo del otoño. Esto también era un recordatorio de que las clases estaban a la vuelta de la esquina. Ese recordatorio, pensó Anabeth, era sumamente molesto.

 Ese recordatorio, pensó Anabeth, era sumamente molesto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

— Jaque.

Mycroft elevó una ceja con gracia. Movió su peón para cubrir a su rey. Ella hizo otro movimiento. El joven contraataco, poniendo fin a su juego.

— Jaque mate.

— Agh, mierda. ¿Cómo no lo vi venir? —se rascó la cabeza, observando la elaborada trampa de su contrincante.

— Ya hablamos sobre el uso de ese vocabulario, Anabeth. —regañó el pelirrojo, acomodando las piezas del tablero para comenzar una nueva partida.

— Me hiciste jaque mate con un maldito peón. ¿Cómo esperas que no diga groserías? —señalando el tablero, indignada—. No jugaré más por hoy. Deseo conservar la poca dignidad que me queda.

— ¿Dignidad? De eso no te preocupes. Ya la perdiste hace tiempo. —insinúa, con una sonrisa socarrona tirando de la comisura de sus labios.

— Así como el respeto que tenía por ti, jirafa. —contraataca.

— Oh, cállate.

Anabeth contuvo la risa al ver la mueca de su amigo. Realmente le disgustaba que usara ese apodo.

— Aunque eso solo refuerza mi conjetura. —siguió hablando.

— ¿La cual sería...?

Mycroft se detuvo, elevó una ceja con diversión y habló.

— Que no estás a la altura de la conversación, pequeña.

Ambos se dirigieron miradas desafiantes las cuales se desvanecieron tan pronto como Anabeth comenzó a reír, contagiando así al pelirrojo.

De repente, se escucharon pasos provenientes de las escaleras. Sherlock apareció, llevando consigo una caja de cartón, llena de lo que presuntamente era su juego de química. Atravesó la sala a paso ligero, sin reparar en la presencia de los dos adolescentes que lo miraban con intriga.

— ¿A dónde vas con eso, Mini-Holmes? —habló la joven con genuina curiosidad.

— Experimento. Lugar de siempre. —dijo cortante. Y como si esa fuera respuesta suficiente, reanudó su marcha hacia la puerta.

— Ya sabes lo que opina madre al respecto. —le reprendió—. No le agrada que vayas solo.

Sherlock rodó los ojos con fastidio.

— ¿Qué opción me queda? Me prohibieron hacer experimentos en el jardín porque arruiné unos tontos tulipanes. —refunfuñó.

— Lo hubieras pensado dos veces antes de rociarles ácido, hermano mío.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now