Capítulo 52

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Luego de esa difícil conversación, Anabeth no volvió a hablar con su padre sobre la mudanza. Al menos, no en profundidad. No lo necesitaba. Ya había dicho todo lo que pensaba. Lo demás solo eran opiniones y trivialidades que no modificarían su realidad. 

Como era de esperarse, su padre dio el anuncio a la familia durante la cena de Navidad. Las reacciones fueron variadas. Mientras que algunos felicitaban a Walter por el ascenso, otros se mostraban más empáticos y apenados por la inminente partida. Tía Lulú había sido, por mucho, la más afectada por la noticia.

"Supongo que es normal, si te enteras que tu único hermano y sobrina volverán a irse del país." Se había dicho Anabeth para sus adentros, al ver a su tía secando sus ojos humedecidos con la manga de su camisa.

Esa había sido la cena de Navidad más agridulce que había tenido. 

En los días siguientes, no había vuelto a salir. No tenía la voluntad para hacerlo. A menudo vagaba por la casa, escuchaba música o pasaba canal tras canal buscando algo interesante en la televisión. Cualquier actividad que distrajera su mente era bienvenida.

Se veía a sí misma como un fantasma, envuelta en un constante estado de sopor y apatía. No se sentía lo suficientemente triste como para llorar, pero tampoco estaba de ánimo como para visitar a sus amigos.

Simplemente no quería que nadie la viera así... En ese estado melancólico. 

La castaña agradeció internamente estar de vacaciones. Le consolaba saber que, al no asistir al instituto, no tendría que ver a sus amigos a diario y, por consiguiente, ellos no preguntarían el motivo detrás de su semblante decaído.

Esa semana en soledad le había ayudado a digerir la noticia, a procesarla y preparar su mente para su inminente partida.

*** 

Era sábado por la tarde. El teléfono había comenzado a sonar. Anabeth se puso de pie y fue a atenderlo, forzándose a sí misma a esbozar una sonrisa en sus labios, como si la persona del otro lado de la línea pudiera mirarla.

— ¿Hola? —dijo con su tono habitual.

Bufó con fastidio al escuchar la voz de una máquina. Era otra de esas estúpidas encuestas telefónicas. Colgó al instante y volvió a recostarse en el sofá. 

Suspiró pesadamente. Creyó que se trataba de Erika o Clara. Había intercambiado un par de llamadas con ellas durante la semana. En todas sus conversaciones vía telefónica la ojimiel se había desenvuelto con naturalidad, sin dejar que su tristeza interna se reflejara en su voz.

Fingir que todo estaba bien se había vuelto su nuevo pasatiempo y, para bien o para mal, debía admitir que se le daba sumamente bien. Nadie sospechaba de la voz alegre detrás del teléfono.

"Bueno, quizá eso no sea del todo cierto." Reflexionó la joven, recordando al pelirrojo.

Estaba segura que Mycroft podría deducirla con tan solo escuchar su voz. Pero no tenía que preocuparse por eso. No hablaron en toda la semana. Él había dicho expresamente que no lo saludaran por motivos festivos.

La chica apretó los labios en una fina línea con pesar. Le hubiera gustado verlo una vez al menos y tener alguna clase de batería. Pero ella no tenía el ánimo ni la energía para ver a nadie, y Mycroft jamás tomaba la iniciativa de arreglar un encuentro. Las únicas veces que había levantado el teléfono fueron para pedirle que cuidara de Sherlock.

"Es curioso. Mycroft es y siempre ha sido de los que disfrutan estar en soledad. Cualquier compromiso que incluyera algún tipo de interacción social le molestaba. Aun así, cada vez que he sugerido de vernos en alguna casa o de ir a algún lado, siempre ha aceptado."

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now