Capítulo 14

1.3K 197 22
                                    

Desde hace mucho tiempo Anabeth se había deshecho de todos los prejuicios y rumores que giraban entorno a Mycroft Holmes. Sus compañeros no tuvieron oportunidad de conocerlo. Ni siquiera se tomaron la molestia. Les fue mucho más fácil hacerlo a un lado, tratándolo como el nerd antisocial de la clase.

Ella había logrado ver más allá de la coraza de hielo. Como si de la punta de un iceberg se tratara, el chico ocultaba mucho más bajo esa mirada fría y calculadora.

Durante el transcurso de mayo, la amistad entre los jóvenes se fortaleció.

Dentro del laboratorio, finalmente habían aprendido a trabajar en armonía. Anabeth procuró mantener su espacio ordenado y, para deleite de su compañero, dejó de hacer comentarios triviales en medio de la clase. 

Por su parte, Mycroft logró hacer a un lado su control obsesivo y puso más confianza en el trabajo de su compañera. Esto le permitió a la chica realizar sus tareas con mayor libertad, sin preocuparse por sentir la mirada vigilante sobre su hombro en todo momento.

La profesora Crane no pasó por alto este cambio. Más de una vez sonrió con deleite al ver que el comportamiento de Smith había mejorado considerablemente en compañía de su alumno estrella. No esperaba menos del señor Holmes. La mujer se felicitó a sí misma. Poner a esos dos juntos había sido una de sus mejores ideas hasta la fecha.

Dentro del instituto, Mycroft y Anabeth continuaron manteniéndose distantes y rara vez cruzaban palabra en los pasillos. Él necesitaba su espacio, lo cual Anabeth respetaba y a su vez le permitía pasar la mayor parte del día con Clara y Erika. 

Sin embargo, y a pesar de su escasa interacción, la castaña no pudo salvarse de los comentarios insinuantes de sus amigas. Después de todo, su extraña cercanía con el pelirrojo siempre era algo digno de comentar en la hora del almuerzo. 

Ante esas situaciones, solo se encogía de hombros y se abstenía a desmentir cualquier idea tonta o inmadura.  

Lo que nadie sabía, era que el verdadero cambio ocurría después de clases.

Luego de esa tarde de juegos, los jóvenes instauraron una nueva rutina semanal.

Cada lunes sin falta Anabeth se reunía con Mycroft bajo el roble durante esas dos horas libres después del almuerzo. Casi no hablaban. Solo se ofrecían su mutua compañía mientras se sumergían en sus respectivas actividades.

Luego de que Anabeth asistiera a su clase de Vóley y Mycroft a su club de debate, se encontraban a la salida. La chica le preguntaba si tenía planes para ese día. Él negaba con la cabeza, para luego invitarla a pasar la tarde en su casa. 

Y ella siempre aceptaba.

Esas reuniones recreativas eran convenientes por dos motivos: en primer lugar, Anabeth siempre pasaba las tardes en soledad hasta que su padre regresaba del trabajo. Esas horas se volvían mortalmente aburridas. Y en segundo lugar, Mycroft consideraba los lunes poco productivos en su agenda. Con sus padres afuera por trabajo y su hermano menor recluido en su alcoba, se veía en la obligación de permanecer en la mansión sin nada realmente interesante qué hacer. Poder tener una conversación inteligente con alguien era como un soplo de aire fresco en su rutina.

Larry los llevaba hasta el hogar del pelirrojo. Una vez allí, invertían la primera hora en tareas del colegio, proyectos escolares o simplemente estudiar. Luego jugaban unas cuantas partidas de ajedrez, siendo Mycroft el ganador invicto.

Aunque esto podía oírse desalentador, Anabeth jamás perdió el interés y, con el paso del tiempo, sus estrategias se fueron perfeccionando. Comenzaba a comprender la mente del estratega, lo que animaba a Mycroft a arrastrarla más y más profundo en el deporte. Nada le costaba admitir que cada vez se le hacía más difícil conseguir la victoria.

Una vez que la chica se hartaba de perder, lo retaba a jugar un partido de vóley. Al principio Mycroft aceptaba a regañadientes, más por compromiso que por gusto. Pero con el correr de las semanas, comenzó a mostrar un genuino interés por el deporte aunque nunca lo admitiría en voz alta.

Ella fue testigo de los avances de su amigo en el manejo con el balón. Mycroft era un rápido aprendiz; consiguió sacar correctamente, descifró como leer sus movimientos y había mejorado un poco su resistencia física. Al menos ya no lucía ese aspecto moribundo al final de los partidos. 

La chica seguía siendo la ganadora invicta, pero gustosamente podía decir que Mycroft se había convertido en un contrincante formidable. Eso, al contrario de enojarla, la hizo feliz. No había nada mejor que poder disfrutar el deporte que amaba con su amigo y ver que él también se divertía.

Era como una especie de acuerdo tácito entre ellos. No hacía falta preguntar. Mycroft traía el tablero. Anabeth el balón. Un desgaste físico y mental. El equilibrio perfecto.

La tarde culminaba con ellos dos tumbados cómodamente en los sillones de la biblioteca. Era el lugar idóneo para leer, escuchar música o simplemente charlar.

La mayor parte de esas pláticas trataban sobre asuntos del colegio y los docentes. Mycroft nunca había sido un gran conversador, muy a diferencia de Anabeth, quien siempre parecía tener algo nuevo qué contar.

A medida que el muchacho fue entrando más y más en confianza, se fue abriendo con Anabeth. Comenzó a hablarle sobre las manías de Sherlock, las cosas que le molestaban de sus padres, su opinión sobre distintos temas de actualidad, sus gustos sobre la literatura clásica e incluso algunas anécdotas de su infancia.

Ella escuchó atentamente y aportó en igual medida. Hizo comentarios ingeniosos y sus opiniones siempre eran respaldadas por fundamentos. Un detalle que sorprendió gratamente al pelirrojo. Por lo general la mayoría de las personas solo amoldaban sus ideas basándose en la opinión colectiva. 

Quizá fue por eso, y por muchas otras cosas, que se sentía tan a gusto hablando con la ojimiel. No sentía la presión de mostrarse inteligente a cada minuto. Podían hablar de todo y de nada, de temas importantes o no. La conversación fluiría sin problemas y sería igual de vigorizante.

Cuando el reloj marcaba las seis, Anabeth recogía su mochila y Mycroft la acompañaba hasta la puerta. Ella se despedía, sabiendo que Larry estaría estacionado en la calle, listo para llevarla de regreso a su hogar.

La chica sonrió al llegar a casa. Los lunes se habían convertido en el mejor día de la semana.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now