Capítulo 30

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Como lo había cronometrado, llegó con cinco minutos de anticipación. Se apeó del vehículo y se dirigió hacia la puerta.

Tocó dos veces y esperó. Anabeth salió a recibirlo. Llevaba unos jeans a juego con una de sus tantas remeras estampadas y zapatillas. Su pelo caía con soltura sobre sus hombros y espalda. A juzgar por la humedad en las puntas, había salido de la ducha hace menos de quince minutos.

Ella lo invitó a pasar. Para su sorpresa, y alivio, el joven estaba usando unas zapatillas, tal y como se lo había recomendado. Aun así, conservaba los pantalones de vestir y la camisa lisa por debajo del jersey, otorgándole ese estilo elegante casual tan característico en su persona.

"Por lo menos no usa mocasines. Ya es un avance."  

Anabeth se dirigió al garaje y abrió la puerta de par a par, dejando al descubierto dos bicicletas: la suya y la de su padre. El genio se percató al instante que faltaba el auto de la familia.

— El señor Smith salió de viaje.  

Anabeth asintió con pesar mientras sacaba su bicicleta a la acera.

— Lo llamaron esta mañana. Hubo un incidente en la construcción. Un problema con uno de los caños maestros. —explicó, sacando la otra bicicleta—. Parece que algún idiota perforó el tubo con un taladro. Como sea, no volverá hasta tarde.

La chica lo mantuvo simple y conciso. Si bien fue sincera, esa no era toda la verdad. Prefirió omitir la parte en que lo habían llamado a él específicamente porque formaba parte de su capacitación. Padre e hija decidieron no mencionar la posibilidad del ascenso hasta que fuera oficial y existiera un motivo real de celebración.

Hasta ese entonces, permanecería con la boca cerrada.

Mycroft asintió y salió a la acera.

— Ya inflé las ruedas. Solo me falta ajustar el asiento a tu medida. 

— ¿No puedes medirlo a simple vista?

— Prefiero ser precisa en estas cosas. —señaló la bicicleta—. Súbete.

Mycroft rodó los ojos y obedeció. Anabeth tomó la medida e hizo la modificación. Mientras ajustaba las tuercas del asiento, reprimió una pequeña risa. Esto no pasó desapercibido por el pelirrojo.

— ¿Qué es lo gracioso?

— Nada. Es solo que... —comparó la diferencia de medidas entre las de su padre y él—. Tuve que subir el asiento 6 centímetros.

— ¿Y eso que tiene de divertido?

— Es que... Eres una jirafa. —sin poder evitarlo comenzó a reírse. 

Mycroft elevó una ceja. Lejos de ofenderse, decidió responder con el mismo tono de burla. 

— O quizá tú seas muy pequeña. 

Mycroft levantó su mano y le dio dos palmaditas en su cabeza como si acariciara a un perrito. Anabeth apartó su mano con molestia. Aun así, el joven mantuvo su sonrisa socarrona en todo momento.

— No es verdad. Tengo una estatura promedio.

— Lo que tú digas, pequeña. 

— Púdrete, Holmes.

— Tú iniciaste. —dijo entre risas, deleitándose con la mirada asesina de su compañera.  

Anabeth lo miró con enfado. Pero el hecho de que él le sacara una cabeza en altura no contribuía al efecto. 

Ella fue incapaz de mantenerse seria por más tiempo. Su expresión volvió a relajarse y sonrió con desenfado. Al menos ya tenían nuevos apodos para molestarse mutuamente. Una vez montada en su bicicleta con la mochila sobre sus hombros, le hizo un gesto a su amigo en señal de que ya estaban listos para partir.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now