Capítulo 59

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Luego de un largo día de trabajo en el estudio, Walter finalmente divisó la fachada de su hogar. Sacó la llave del contacto, tomó su maletín y se apeó del auto. Caminó el breve trecho hasta la puerta e introdujo la llave en la cerradura, ingresando en la propiedad.

— ¡Annie, ya llegué! —anunció el hombre, dejando su maletín en la entrada.

— Hola, pa. —habló desde la cocina, lo suficientemente alto para hacerse oír.

El hombre colgó el abrigo en el perchero y caminó hacia la cocina, descubriendo a su hija sentada frente a la mesa, contemplando un sobre blanco sin abrir de aspecto costoso.

— ¿Qué tienes ahí? —preguntó, al tiempo que se agachaba para depositar un beso en su cien.

— Finalmente recibí la respuesta de Harvard.

Walter elevó ambas cejas con sorpresa.

— ¡¿Y?! —rodeó la mesa rápidamente y se sentó frente a ella.

— No sé. No la abrí todavía. Esperaba a que llegaras.

— ¿¡Eh?! ¿Has estado ahí sentada toda la tarde?

— Sip. —asintió tranquilamente, para mayor desconcierto del hombre.

— Por Dios Santo, Annie. ¡Solo ábrela! —exclamó en una mezcla de nervios y emoción—. O lo haré por ti.

La joven sonrió al ver la expresión ansiosa de su padre. Sin perder más tiempo, rompió el sello y sacó el papel de su interior.

Sus ojos se desplazaron por la hoja, comenzando a leer su contenido. Todo bajo la atenta mirada del hombre.

Luego de lo que parecieron unos eternos segundos de suspenso, habló.

— Me darán la beca.

Cubrió su boca con sus manos, sin poder creer lo que leía.

— Entré. —dijo en un hilo de voz—. Entré... —repitió, al tiempo que levantaba la mirada y su sonrisa se ensanchaba. Necesitaba un momento para asimilar esa palabra—. Dios mío. ¡Entré! —gritó una y otra vez con alegría, al tiempo que se puso de pie y corrió hacia los brazos de su padre.

Walter se puso de pie de un salto y recibió a su hija con los brazos abiertos. Se tambaleó un poco mientras correspondía el abrazo, pero no le importó en lo absoluto. Estaba sumamente feliz por ella.

Anabeth lo estrujó con fuerza, presa de la emoción y el alivio. Fue como si le quitaran una gran bolsa de cemento de la espalda. Finalmente pudo librarse de la presión, del estrés, de la angustia e incertidumbres que la habían acompañado durante todos estos meses.

Por fin tenía certezas del rumbo que tomaría su vida académica. Y ese pensamiento, esa confirmación, fue sumamente liberador.

— ¿Pizza y helado? —consultó la castaña, aflojando su agarre. Llevó las manos a sus bolsillos, en un intento por disimular el temblor en sus dedos.

— Qué pizza y qué nada. Esto hay que celebrarlo como se debe. —afirmó el hombre—. Ve y ponte zapatos. Te llevaré a cenar.

La chica sonrió y obedientemente enfiló hacia su habitación. Pero antes de que abandonara la cocina, sus ojos se posaron en el viejo calendario.

Por un instante, pudo ver las líneas de crucecitas que habían aumentado en número con el correr de las semanas. Por primera vez en mucho tiempo, tomó conciencia de cuan cerca estaba de la fecha límite.

"Está pasando más rápido de lo esperado." Se lamentó, mientras caminaba sin prisas hacia su habitación.

Era extraño. Incluso en un estado de felicidad extrema, seguía sintiendo ese sabor agridulce en la boca. Como una pequeña nube gris en medio de un cielo azul. Era chica e inofensiva. Pero imposible de ignorar su presencia.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now