18

16.7K 1.8K 58
                                    

Cuando Tony llegó a su habitación, sentía que la ropa le quemaba.

Sarah lo encerró cuando término de inyectarle los supresores.

Fue rápida, certera y con limpieza.

El castaño se quito la ropa sintiendo la excitación en su cuerpo, le ardía horrores, su entrada se contraía y lubricaba en exceso.

Jamás había tenido un celo tan fuerte.

—Ste... Steve... —Gimoteo necesitado mientras se masturba en la cama.

Su cuerpo aún no se calmaba, incluso el aire que se estrellaba contra su piel lo estremeció y lo hizo jadear.

Las sabanas tampoco ayudaban.

Necesitaba de un Alfa... Necesitaba de Steve.

—¡Ah! —Se vino en su mano, salpicando su vientre.

Su erección seguía intacta.

Soltó un gemido desesperado, quería que el calor se fuera, que desapareciera de su cuerpo.

—¡Por favor! —Suplico, para comenzar a masturbarse de nuevo.

Se tocó el cuerpo y luego llevó sus dedos a su entrada.

Los introdujo con necesidad, tratando de llenar ese vacío.

No, no era suficiente.

Quería el pene de su Alfa.

Desesperado por terminar, comenzó a penetrarse; rudo, rápido, agresivo.

Todo al mismo tiempo en que se continuaba acariciando.

Grito ante el segundo orgasmo, su cuerpo tembló y las lágrimas salieron.

Quería que esto terminara.

—Steve... —A lo lejos, escucho el gruñido de su pareja.

Él también la estaba pasando mal, también sentía esa desesperante necesidad de morder, penetrar, engendrar.

Cerró los ojos tratando de no pensar en el calor de su cuerpo.

—Maldición...

Continuó así por varias horas hasta que cayó rendido.

Por otro lado, Steve ya mantenía varias mordidas en sus brazos.

Se tomaba la cabeza y se controlaba.

No podía tomar a Tony, no podía arruinar lo que ya tenían.

Su pene permanecía erecto, y él no hacía otra cosa más que acariciarse rudamente.

—Tony... —Gruño, mientras se venía..

Otra vez.

Sus colmillos salían con la necesidad de morder de nuevo.

Se negó.

Los brazos ya le dolían.

El aroma a Omega se colocó en la habitación, el rubio no se movió; era su madre.

El olor maternal lo arrullo por un momento.

—Tranquilo. —Se resistió un poco, pero su madre había sido enfermera y no le fue difícil inyectar el supresor—. Pronto pasara.

Rogers sentía el líquido recorrer su cuerpo.

Sólo tenía que esperar. 

SerendipiaWhere stories live. Discover now