Cap #35

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Gwyn

–Galés debió ser una tierra terrible, si ahuyentó a un caballero como tú.

–No, para nada –respondo sinceramente, lo que ya ha dejado de sorprenderme con Diana–. Era hermosa, la tierra más hermosa que he visto, pero mis padres me hubieran matado si me encontraban ahí, así que huí a America, pero jamás dejé de pensar en Galés.

Diana parece meditar su respuesta antes de hablar, momento que yo aprovecho para ver otro detalle de su rostro, esta vez las largas pestañas que se curvan de manera natural, cada una en su propio espacio, sin opacar a su compañera.

–Temo cargué a tus padres al eterno descanso desde Alicante –Diana me hace una ligera reverencia–. Perdóname, de haber sabido lo mucho que te dañaron jamás lo habría hecho.

–No, no te disculpes –tomo sus hombros con delicadeza y ella me mira sorprendida–. No lo sabías, así que no es tu culpa.

Le sonrío para convencerla y Diana me corresponde al mismo tiempo que se endereza.
En realidad sí me molesta un poco pensar que mis padres están ahora mismo en algún lugar relajados, sin preocupaciones ni culpa por lo que me hicieron, a su único hijo. Pero ella sólo hacía su trabajo.
Diana recarga su mejilla derecha en mi mano.

–Tu corazón es tan grande como tu belleza, Gwyn.

–No más grande que la tuya, Diana.

–Perdón por interrumpir, otra vez –Simon se para entre nosotros y se dirige a Diana–. ¿Pero segura que vamos en la dirección correcta?

–Alnitak, Alnilam y Mintaka[*], siguen el rastro de un ser que ha ido al eterno descanso y regresado –señala Diana a sus caballos de bronce–. Dudo que se dirijan a otro destino que no sea tu compañero de batalla.

Simon no encuentra respuesta, así que decide volver a dar un paso atrás, junto a Isabelle y Clarissa, para dejarnos el espacio de enfrente que hemos compartido por casi una hora, aunque el tiempo se ha ido demasiado rápido en pláticas y risas, pero antes que intente volver a conversar, Diana mueve su muñeca y un sonido de látigo resuena en el aire. Me cubro los oídos por el repentino sonido, pero el siguiente movimiento de los caballos me obliga a usar mis manos para aferrarme al borde de la cuadriga que desciende en picada. Siento una mano rodear mi cintura y escucho los gritos de horror de los demás mezclados con los míos cuando la tierra está demasiado cerca.
El sonido de látigo vuelve a resonar y la cuadriga se detiene de golpe, todavía en posición vertical, aunque no me cuesta nada seguir de pie ni siento el cuerpo de nadie contra el mío por la gravedad. Lentamente, los caballos descienden sobre el pasto seco y la cuadriga los sigue.

–Debemos acampar aquí, casi anochece y los demonios salen –dice Diana con toda calma mientras desata a sus caballos que vuelan sobre nuestras cabezas.

–Si los demonios salen no podemos quedarnos expuestos –Clarissa es la primera de nosotros que se recupera lo suficiente para hablar–. Debemos buscar un refugio.

Miro a mi al rededor en busca de algún lugar para ocultarnos, como una cueva, pero el terreno que eligió Diana para aterrizar, es un campo abierto con montañas a la izquierda y un bosque tupido a unos diez o quince metros a la derecha.

–Tranquilos, nefilim y licántropa, Alnitak, Alnilam y Mintaka nos mantendrán a salvo –Diana mira a sus caballos con ternura y seguridad–. Ellas repelen a los demonios, mientras estén cerca, no podrán hacernos daño.

–¿Son yeguas? –pregunto sorprendido.

–Sólo Kieran ap Nudd tiene corceles en la cacería salvaje –Diana baja de la cuadriga–. Ahora bajen, uno de ustedes me acompañará por comida, y los otros pueden quedarse para preparar el campamento.

Un mundo de cabeza *Malec*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora