Capítulo #3

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Magnus

Alec se remueve entre las sábanas antes de abrir lentamente los ojos. Me mira fijamente y olvido la orden de Atenea de llamarla de inmediato.
Quiero decirle algo, preguntarle si sabe quién soy, pero lo dejo decidir cómo iniciar esta conversación. Alec mira a todas partes, tal vez sólo para asegurarse de que sigue en el mismo lugar, la sala de cuidados del Laberinto Espiral.

–¿Cuánto tiempo ha pasado, Magnus? –habla finalmente con la voz un poco rasposa por tanto gritar.

–Unas horas –respondo con alivio, tal vez el fuego celestial sí pudo reconstruir toda su memoria–. Los demás están dormidos en otras habitaciones que Atenea les proporcionó, pero yo quise quedarme hasta que despertaras.

Acerco mi silla a la cama todo lo que puedo para acariciar su mejilla, pero la expresión sorprendida de Alec me detiene.

–¿Qué te pasó?

–¿No lo recuerdas? Mi padre me hirió cuando entré a tu mente, pero tranquilo –le guiño un ojo– volveré a caminar.

–Asmodeus –Alec me mira realmente preocupado–. ¿De verdad él es tu padre?

–Lo es.

Desvía la mirada de forma repentina, como si acabara de ver algo terrible.

–Dijiste que los demás están dormidos –habla con la voz tensa–, tal vez deberías hacer lo mismo.

Siento mi corazón hundirse y si estuviera de pie estoy seguro que mis piernas se doblarían. No, no fue como si acabara de ver algo terrible, acaba de descubrir algo terrible.
Tal vez sólo recordó partes, tal vez sólo mi nombre.

–Sí, es tarde –giro la silla y la hago avanzar hasta la puerta que se abre sola–. ¿Quieres que le diga a alguien más que despertaste?

–No, yo también quiero dormir –Alec gira en la cama y sube las sábanas hasta cubrirse por completo.

–Por supuesto. Buenas noches.

Alec no responde y sé que esperar que lo haga es inútil. Afuera del cuarto, Robert está dormido en el piso, sus brazos al rededor de sí mismo para mantenerse caliente. Chasqueo los dedos y sobre él aparece una cómoda cobija de mi propia colección, la más suave y caliente que tengo.

–Buenas noches también, Robert.

Alec

Hijo de Asmodeus, de un principe del infierno. No recuerdo cuando me lo dijo, si es que me lo dijo. Supongo que no lo hizo pero... Si sabía que no lo sabía, por qué lo admitiría ahora. No, debía saberlo, ¿pero cómo lo tomé? ¿Por qué seguí con él?
Frustrado, salgo de debajo de las sábanas de terciopelo y miro la habitación exactamente igual, excepto que la mesa de madera no está. Imagino que después de golpearme con ella, Atenea decidió no dejarla. Miro el candelabro sobre mi cabeza, su fuego morado da un ambiente extrañamente escalofriante y dudo que me deje dormir. Sé que sigo en el Laberinto, lo que significa que no hay forma de salir y encontrar la cocina donde tomar un vaso de agua, pero puedo intentarlo, con suerte encontraré algún brujo al que pueda pedir indicaciones, además la caminata me ayudará a pensar en otra cosa que Magnus y su progenitor.
No llego muy lejos cuando la imagen de mi padre dormido en el piso, envuelto en una acolchada cobija con unicornios en posiciones sexuales, me detiene. ¿De dónde sacó una cobija así?

–¿Papá? –muevo ligeramente su hombro– Papá.

Mi padre se remoja los labios antes de despertar. Al verme, prácticamente salta para ponerse de pie.

–Alec, despertaste, gracias al ángel. ¿Cómo te sientes?

Escucharlo así, genuinamente preocupado y aliviado, me sorprende.

Un mundo de cabeza *Malec*Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt