¿Cap #44?

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Alec

Jace se levanta y parece analizarme.

–¿De verdad eres tú? –pregunta con desconfianza.

–Lo soy.

–Pruébalo.

–Una vez te dije que te vendría bien curarte como un mundano, después que rompiste la ventana de la casa Penhallow con tu puño.

Jace me abraza y yo siento su armadura caliente, como si hubiera estado mucho tiempo al sol, pero no es lo suficiente para querer alejarme de él.

–¡Cuidado! –grita una voz femenina.

Miro sobre nuestras cabezas una sombra que desaparece envuelta en chispas naranjas. La bruja que nos defendió, una mujer con alas como las de un águila que la mantienen en el aire, ojos muy grandes y muy redondos, y cuyos brazos al descubierto están repletos de tatuajes en espiral, me mira sin expresión.

–Alexander, me alegra que por fin estés consciente –la bruja aterriza–. Pero este no es el momento de abrazarse.

–¿Quién eres tú?

Un demonio sombra aparece a su lado y ella, con sólo levantar su mano, lo hace desaparecer entre chispas naranjas.

–Y tampoco el de presentarse.

–¿Entonces qué debemos hacer?

–Dale el fuego celestial para que destruya a Asmodeus –responde la bruja a Jace–. Magnus y yo les daremos tiempo.

–¿Magnus está aquí? –miro a mi al rededor para buscarlo, y no es difícil adivinar que es el hombre con una armadura morada, que lucha contra los demonios no muy lejos.

Antes que pueda correr hacia él, la bruja se para frente a mí.

–No. Ahora debes...

De un momento a otro, todos los demonios sombra desaparecen y eso deja el campo libre directo a Magnus. No lo pienso cuando hago a un lado a la bruja y corro hacia él. Es él, el verdadero, tiene que serlo.

–¡Magnus! –grito para que gire a verme– ¡Magnus!

Me escucha un segundo antes que me lance contra él y ambos terminemos en el piso. Más de cerca, me fijo en sus ojos, en esas arrugas en la esquina que el otro no tenía, además, él huele a perfume, a sándalo, y la mano que levanta para acariciar mi cabello tiene rastros de barniz con brillos plateados.

–¿Eres tú? –pregunto a media voz, no podría soportar...

–Lo soy, Garbancito –esa simple palabra me hace llorar sobre su mejilla–. Y tú eres tú, lo sé.

–Lo siento –digo sin poder contenerme un momento más, no ahora que entiendo lo estúpido que fui por no haber confiado en él–. Debí decírtelo, pero...

–No quería preocuparte –termina otra voz nada agradable.

Levanto la vista y encuentro frente a nosotros a un hombre bien vestido con un traje negro. Sé quién es, nunca podría olvidar su rostro.

–¿No fue por eso? –Asmodeus sonríe de lado– ¿No fue porque pensaste que le darías ideas, ya que mi hijo ha demostrado ser un hombre de impulsos? –de un salto quedo de pie y Magnus junto a mí, aunque a él le toma más movimientos– ¿No fue porque pensaste que no soportaría tu muerte?

–No. Fue porque tú me hiciste creer eso.

A diferencia de la última vez que lo vi, no siento que debo ser amable, no lo veo como el padre de Magnus, o como si le debiera la vida. Ahora sé lo que no es así, no le debo nada.

Un mundo de cabeza *Malec*Onde histórias criam vida. Descubra agora