Capítulo #4

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Alec

La tercera vez que despierto, no abro los ojos de inmediato. Lo primero que hago al ser consciente es apretar mi mano para sentir la pieza triangular de ajedrez. Es extraño, está entre mis dedos un segundo y al siguiente ya no, pero sé que no va a irse mientras yo la necesite.
Esta vez, no es el techo o Magnus quien me recibe, aunque me hubiera gustado que lo fuera.

–Izzy...

Mi hermana me abraza a penas digo su nombre y yo, completamente atrapado entre la cobija y sus brazos, me quedo quieto hasta que decide soltarme y golpearme en la cabeza al mismo tiempo.

–¡Ay! –cubro mi cabeza de más ataques– ¿Y eso por qué?

–Me mentiste –dice tan seria como nunca la escuché–. Dijiste que ibas a la Academia cuando estabas en peligro. Me dejaste atrás –se cruza de brazos, lo que resalta el látigo enrollado en su brazo–. No confiaste en mí.

–No, no fue por eso –me siento en la cama y noto que la habitación es diferente, parece una del instituto, pero no es tiempo de hablar de decoración–. En ese momento estaba desesperado, sólo quería alejarme de Magnus porque Asmodeus me hizo creer que no sabría manejarlo y en mi prisa te olvidé, a mi hermana, la mejor guerrera que ha existido...

–No creas que con halagos vas a salvarte –me señala amenazante–. Rompiste el pacto entre hermanos, me ofendiste como guerrera y como hermana.

Mi primer impulso es preguntarle a qué pacto entre hermanos se refiere, pero decido no darle más razones para enojarse.

–Entiendo –me levanto para quedar cara a cara–. Lo que te hice fue horrible y si quieres pegarme de nuevo o no volverme a dirigir la palabra, está bien.

Isabelle relaja su postura.

–Lo pensaré. Por ahora me alegra que estés despierto y lamento que tuvieras que renunciar a los recuerdos de Magnus para despertar. ¿Pero eso significa que ya no lo amas?

Parece realmente preocupada por escuchar mi respuesta a eso último, y me conmueve que sea así. Que, tal como me aseguró Jace y mi padre, no le importa que me gusten los hombres o los brujos.

–No lo sé. Gracias al fuego celestial recuerdo partes de él, de tiempo que pasamos juntos –instintivamente mi mano se cierra sobre la esperanza invisible–. Y son buenos momentos, pero me gustaría hablar con él personalmente sobre esto. ¿En dónde está?

–En el Laberinto. Atenea llamó a todos los brujos para presenciar la ceremonia de otro supremo, no creo que tarde mucho.

–¿En el Laberinto? –frunzo el ceño– ¿No estamos en el Laberinto?

–¿No lo notaste? –Isabelle me mira sorprendida– Estamos en el Instituto. Después que Atenea verificara que todo estaba bien, nuestro padre insistió que lo dejara traerte.

Camino hasta la cortina junto a la cama y la corro para revelar la vista de la calle llena de autos que pasan tranquilamente, igual que los mundanos en la acera. Nunca creí sentirme tan aliviado de ver una calle concurrida en Nueva York.

–Estoy en casa –sonrío–. Finalmente.

Isabelle se para junto a mí, la noto en el reflejo del cristal, pero no entiendo su mirada melancólica.

–Nuestros padres están abajo, igual que Jace y los demás –anuncia sin dejar de ver la calle–. ¿Quieres ir, o...?

–Sí –digo emocionado de pronto–. Quiero ver a mamá e imagino que también estarán Clary y Simon.

–Sí, todos quieren verte también –mi hermana me sonríe, en un gran intento de ocultar que algo va mal–. Pero estoy segura que no tanto.

Señala mi pecho desnudo y yo me dirijo al armario para tomar una playera. De camino al comedor le preguntaré qué le molesta.
Al abrir el mueble de madera, me sorprende encontrar sólo tres cosas dobladas en la esquina.

Un mundo de cabeza *Malec*Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ