Doce

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Nora y Minerva discutían sobre algo, pero yo no estaba muy atenta. Mi mente volvió de nuevo al bosque de Greenwood. Habían pasado ya dos días desde que Harry y yo habíamos ido a Portland. Hicimos un paréntesis en nuestra vida extraescolar detectivesca ese día, y lo cierto es que lo pasamos muy bien en la feria. Subimos al tiovivo como dos niños pequeños y él ganó un pez de agua dulce de color naranja al que llamamos Watson.

—¿Tienes alguna pecera? —pregunté en el coche cuando ya estábamos de vuelta a Greenwood.

—Creo que tengo una en casa.

—Será mejor que te lo quedes tú.

—Podría tenerlo en la habitación —pensó, pero luego frunció el ceño y me miró algo extrañado—. Oye, ¿por qué tengo que tenerlo yo y no tú? Se me podría olvidar darle de comer.

—Porque yo tengo a Salem. —Me encogí de hombros.

Harry bufó.

—No me gustan los gatos.

Entramos en un debate incesante sobre si eran mejor los perros o los gatos, y aunque tuviese mucho aprecio a Hunter porque era una preciosidad, Salem era mi gato y lo adoraba.

Observé que Harry estaba sentado de nuevo en su característica mesa durante la hora del recreo. Volvía a estar absorto en la lectura de La niebla de Greenwood. Normalmente siempre era así.

—¿Ya has comprado el vestido para el baile? —preguntó Nora a Minerva, claramente muy emocionada por el acontecimiento.

—La verdad es que quería ir con vosotros a comprarlo mañana a Portland. ¿Qué os parece?

—¡Me parece una idea estupenda! —exclamó Nora—. A propósito, Esme y yo ya no tendremos que ir al baile como dos pringadas. ¡Adam Stone me lo ha pedido!

Ambas amigas comenzaron a cotillear sobre Adam Stone.

Era un chico muy guapo que estaba en el equipo de fútbol del instituto. Me alegré por Nora ya que se la veía bastante contenta. Suspiré de alivio. Supuse que ya no se enfadaría tanto cuando supiese que Harry me lo había pedido.

—Y tú, Esme, ¿con quién irás al baile? —preguntó Minerva.

Inmediatamente, Nora se giró y me miró con impaciencia, ansiosa por saber quién me lo había pedido. No estaba muy segura de si debía decirlo o no. De hecho, no quería.

—Yo... eh... —comencé a balbucear y me empezaron a sudar las manos.

Gracias a Dios, Max se acercó a la mesa y abrazó a Minerva por la espalda.

—¡Max! Me has asustado. —Le dio un manotazo en el hombro y él rio y la besó en la mejilla.

Suspiré aliviada y me excusé para ir al baño, aunque en realidad no iba allí, sino a sentarme con Harry. Como ellas estaban de espaldas, no nos verían a no ser que se diesen la vuelta.

Cuando llegué a su mesa, le di un golpecito en el hombro y Harry se sobresaltó.

—Perdón. ¿Has descifrado algo?

Suspiró y se quitó las gafas, sujetándolas entre los dedos de su mano derecha.

—Todo lo que Shellie dice en el libro son cosas que nosotros ya sabemos.

—¿No crees que mi abuelo sabrá algo? Tú ibas siempre a su casa y ahora nunca lo propones.

—Eso es porque creo que lo de las coordenadas ya no funciona. ¿Recuerdas que la brújula no funciona en la Cueva del Búho? No sirve de nada buscar más coordenadas si allí desaparece el rastro. —Harry se echó atrás en la silla y se cruzó de brazos—. Debe de haber una explicación científica para ello, pero no la encuentro, y me consumo en mis propios pensamientos. Hasta mi madre se ha dado cuenta de que estoy más callado de lo normal y está algo preocupada.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora