Veintiocho

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El suelo del patio estaba cubierto por la nieve, todo blanco. Era un escenario digno de una postal de Navidad. Los árboles del bosque, que más de una vez habían parecido tenebrosos y lúgubres, estaban cubiertos de nieve. Divisé a Salem subido al tronco del árbol que teníamos en el patio. Parecía dudar sobre si debía bajar y pisar aquella extraña cosa blanca o esperar a que desapareciese y guarecerse.

A causa de la gran nevada que había caído, la mayoría de profesores del instituto no habían podido acudir al trabajo. Las carreteras estaban cortadas y eran verdaderas pistas de hielo, así que la dirección del instituto había enviado un correo electrónico a todos los alumnos diciendo que las clases quedaban suspendidas.

—¡Esme, baja a desayunar! —gritó mi madre.

Bajé a la cocina y vi que, sobre una bandeja, había todo tipo de surtidos de galletas de mantequilla y magdalenas de chocolate y arándanos.

—Buenos días mamá —saludé, y le di un beso en la mejilla—. ¿Y este gran desayuno?

—Hoy me he levantado positiva y he decidido cocinar un poco de repostería, ya que hoy no tienes clases —respondió, y dio un sorbo a su taza.

—¡Eso es genial! Gracias, mamá.

La abracé y ella me sonrió.

La verdad es que debía pasar más tiempo con ella. Sabía que siempre lo decía, pero cuanto antes consiguiésemos rescatar a los desaparecidos, antes se desvanecería la soledad.

—Si quieres hoy podemos tener un día de chicas. Podemos ver películas o alguna serie entretenida —propuso con ilusión en los ojos.

Desde que Thomas había desaparecido, su piel había empalidecido y parecía mayor de lo que realmente era. Por un instante recordé los días en que mi padre desapareció, en lo destrozada y abatida que había estado. Sin embargo, mi madre salió adelante.

—Me parece una buena idea.

Sonreí y agarré una magdalena de arándanos. Eran mis favoritas.

Pasaría la tarde con mi madre. Me dirigí a la nevera y saqué la leche fría. No me gustaba caliente. Vertí un poco en mi taza y eché un par de cucharadas de cacao en polvo. Me metí el pantalón del pijama por dentro de los calcetines para que no se me levantaran. Recordé que Harry rio cuando me vio hacer aquello la primera vez.

—Creo que deberías ir a vestirte —dijo mi madre, pero entonces el timbre sonó y se detuvo. Entre risas, añadió—: Uy, ya han llegado.


Harry untó mermelada de fresa en la tostada y la mojó en el vaso de leche, silencioso mientras su hermana Helena charlaba con alegría sobre lo muy emocionada que estaba de que comenzase el nuevo año. Como ya había comprobado, ambos hermanos eran distintos físicamente, pero compartían algunos rasgos, como la forma de los ojos y la boca, finos y delgados.

—Así que vais al mismo curso... —dijo Helena antes de dar un mordisco a la magdalena y observándonos de reojo a su hermano y a mí.

—Sí —musitó él.

Helena asintió y continuó mordisqueando su magdalena. Yo me debatía entre comerme otra galleta o una tostada con mermelada de arándanos.

—Entonces sabrás que Harry es un friki de las mates —añadió con una sonrisa de oreja a oreja.

Harry puso los ojos en blanco, aunque ambos sabíamos que era cierto.

—Es muy bueno —reconocí y lo miré de reojo. Estaba con- centrado en su tostada—. Harry me dijo que estabas en la Universidad de Phoenix.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora