Diecinueve

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(Narrador omnisciente)

Harry empuñó bien la navaja y deslizó la hoja por el tronco que tenía entre las manos. Apartó aquellas ramas tan molestas que no servían para nada. Su madre le había pedido que lo hiciera, ya que aquella noche vendrían unos amigos a cenar y pensaban cocinar la carne en la barbacoa del patio de su casa. Helena se había escaqueado. En realidad se preguntaba por qué tenía que hacerlo, pero después recordó que su madre era una persona con muchas manías y era mejor no rechistar. Aquello le recordaba a su padre, a cuando lo hacían los dos juntos. De repente, pensó en todas las veces que habían ido juntos al bosque. Y también en la niña llamada Esme.

Harry llevaba pensando en ella durante tres días. ¿Cuánto tiempo más estaría en Greenwood? Había ido el día anterior a verla. La observó escondido entre los árboles y la vio jugando a la pelota con el otro niño. Se deleitó con el sonido de su risa. Juró que era muy bonita, que sus ojos brillaban aunque estuviese a muchos metros de distancia. Le alegraba saber que ella no lo había visto.

Estaba tan absorto en el recuerdo que no se dio cuenta que no se dio cuenta de que se había cortado el pulgar con la navaja. Enseguida brotó un hilito de sangre, que llegó hasta la palma de la mano.

«¡Au, au, au! ¡Duele!», pensó mientras entró corriendo a casa.

Se apretó el corte con la otra mano para detener la hemorragia.

—¡Mamá, me he cortado!

Jane abrió los ojos al ver la sangre e hizo una mueca de dolor.

—¡Santo Dios, hijo! ¿Pero qué has hecho?

—Estaba cortando las ramas de los troncos, como me has pedido —respondió Harry, inspirando profundamente para no pensar en el daño que se había hecho.

Jane abrió el grifo y colocó la mano de Harry bajo el agua, limpiando todo rastro de sangre. Le dijo que no se moviese de allí mientras corría a buscar el botiquín de las medicinas. Al cabo de unos segundos, volvió con dos paquetes de gasas y agua oxigenada.

—¡Duele, duele! —exclamó Harry cuando su madre le aplicó el alcohol y cerró los ojos con fuerza—. ¡Dios, cómo escuece! ¡Ay!

—Tápatelo con esto y aprieta con fuerza para intentar detener la hemorragia. Vamos al hospital —dijo su madre mientras le pasaba a Harry el paquete de gasas.

Agarró las llaves del coche y antes de salir, le escribió una nota a Helena para cuando llegara de casa de su amiga Bonnie.



El resultado de la visita al hospital fueron cuatro puntos en el pulgar de Harry. Se lo vendaron y dijeron que no se lo podía mojar hasta que la herida se cerrara bien y se los quitasen. Harry suspiró con resignación y se observó el vendaje. Hacía que su pulgar pareciera tres veces más grande. Le había dolido que le pusieran los puntos.

Estirado en la cama de su habitación, su madre le aviso de que Minerva había venido y, en pocos segundos, se abrió la puerta.

—¿Qué te ha pasado ahí? —preguntó al verle la mano.

—Me he cortado —se encogió de hombros y Minerva sus- piró.

—¿Te duele mucho?

—Un poco, pero no te preocupes. Por cierto, tú vienes esta noche a la barbacoa que prepara mi madre, ¿verdad?

—Eso creo. Me alegro de que podamos estar los tres juntos, el otro día nos lo pasamos bien en el río.

—Sí...

Aquel día fue el día que vio a Esme por primera vez, cuando sintió aquellas molestas mariposas en el estómago. Sintió que la vista se le nublaba y que se ruborizaba.

—¿Crees que la chica que te gusta vendrá esta noche?

—¡No me gusta! —se defendió Harry.

—No, ¡qué va! Pero si casi ni pestañeabas cuando te acompañé a verla ayer.

Minerva se había percatado de que había algo que mantenía a Harry en la luna, algo que lo distraía, así que se las apañó para que Harry la informara sobre la existencia de Esme. Y obviamente fueron a verla.

—Que no me gusta.

Harry sabía que negaba lo innegable, pero no podía ponerse en evidencia.

—Y yo me chupo el dedo —respondió Minerva.

—¡Que te digo que no!

—¡Está bien, está bien! Pero la próxima vez que la veas, sobre todo si es esta noche, intenta no babear mucho.

La fulminó con la mirada y ella levantó las manos por encima de la cabeza en son de paz. Sabía que si Harry hubiese tenido su pulgar en condiciones se habría desatado una guerra de cosquillas.

—De todos modos, ¿qué más te da a ti?

—A mí me da igual, pero das bastante pena. Plántate en su casa y dale un buen morreo.

—Pero si ni siquiera es de Greenwood. No sé dónde vive. Quizá ya se ha ido. —Minerva le dio una colleja—. ¡Eh! ¿Por qué me pegas?

—¡Mira que eres tonto! ¿A ti te gusta esa chica?

—Sí... —balbuceó Harry. Por fin lo reconocía.

Minerva escondió una sonrisa porque conocía a su mejor amigo a la perfección. Harry era un libro abierto que podría leer con los ojos cerrados.

—Entonces ve a su casa y busca alguna excusa para hablar con ella. En serio, Harry, se irá y no le habrás dirigido ni una sola palabra.

Él torció la boca y se miró la mano izquierda. Notaba el pulso en el pulgar, justo donde le habían dado los puntos.

—No lo sé, es que me da vergüenza...

Minerva resopló, se puso de pie, lo agarró de la muñeca y lo arrastró fuera de su habitación.

—¡Ya me he hartado de que estés de brazos cruzados! Ahora mismo volvemos allí y si hace falta te empujo hacia... Ni siquiera recuerdo su nombre, ¿cómo dijiste que se llamaba?

—Esme —respondió Harry—. ¡Pero no podemos ir! Intentó zafarse de su amiga.

No podía hacer nada con una sola mano, así que se rindió y esperó a que su amiga entrase en razón. No podían ir a la casa del viejo Rick. Decían que estaba loco.

—Dame un solo motivo para no ir —exigió Minerva, que se mofaba de la actitud de Harry.

—Porque... Porque ella preguntará de qué la conozco y no sé. Suéltame, por favor.

—¿Quieres arrepentirte toda tu vida de no haber hecho nada? ¡Ni hablar!

Harry reflexionó sobre las palabras de Minerva. Realmente quería hablar con Esme, escuchar su voz. Pero ¿cómo lo haría? Durante el trayecto en bicicleta pensó en todos los posibles escenarios. Podría simular que había perdido algo en el jardín y fingir sorpresa cuando le preguntara qué hacía ahí, o incluso pedirle ayuda, pero aquello requería demasiada temeridad y a Harry no se le daba bien improvisar. ¿Qué podía hacer? Cuando por fin llegaron a la curva del Árbol Blanco para emprender el camino de tierra que pasaba junto a la casa del viejo Rick, tuvieron que apartarse a la cuneta para dejar pasar un coche. Esme apoyaba la cabeza contra la ventanilla de cristal.

Aquella fue la última vez que Harry la vio.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora