Quince

26.5K 2.3K 411
                                    

La semana pasó prácticamente sin darme cuenta. El viernes por la tarde llegó en un abrir y cerrar de ojos. Era el día del baile.

—¡Esme, espérame en el baño para que te maquille! —exclamó mi madre con un neceser en las manos—. ¡Thomas! ¿Qué haces aún sin vestir? ¡Ve corriendo a tu habitación! He planchado la ropa y la he dejado sobre tu cama.

Decidí hacerle caso porque era mejor no arriesgarse en un momento como ese. Me miré en el espejo del baño. Llevaba un vestido dorado ceñido que me llegaba hasta las rodillas. Tanto Minerva como Nora me habían dicho que el color me favorecía. No tenía mangas. De repente deseé que el baile se hiciera en un lugar cubierto.

—Mamá, ¿dónde están los zapatos? —pregunté con la cabeza asomada al pasillo.

—¡En la bolsa azul que hay en la silla de tu escritorio! —me dijo desde el piso inferior.

Una vez estuve lista, volví al baño y oí como mi madre subía las escaleras algo apresurada. Estaba más nerviosa que yo.

—Algo discreto, ¿de acuerdo? Me das miedo...

—Que sí, que sí. Échate el pelo atrás con la diadema.

—Pero si me lo he secado hace diez minutos.

—Esmeralda, échate el cabello hacia atrás.

—De acuerdo, de acuerdo...

Hice lo que me dijo y me aplicó una crema de color blanco y, luego, una suave base de maquillaje.

—Es para que no se te vea la piel tan pálida —explicó cuando me vio fruncir le ceño.

—No te pases —advertí.

—Lo he entendido. Como tu hermano no se esté vistiendo ahora mismo, juro que no sé qué haré con él.

Sonreí y suspiré, negando ligeramente con la cabeza. En realidad era gracioso verla tan emocionada. Se había volcado para que todo saliera bien, y no tuve corazón de decirle que no teníamos ocho años. Al cabo de diez minutos, me dijo que ya podía mirarme en el espejo. De repente me vi muy... diferente. Mi madre me había pintado una línea difuminada de color gris y justo en el lagrimal se veía un ligero toque brillante plateado, como si me hubiese echado purpurina. Además, el rímel hacía que mis pestañas destacasen más, y según mi madre, estaba deslumbrante.

—Gracias —sonreí y me volví a mirar al espejo mientras ella me arreglaba el cabello con los dedos—. Me gustaría llevarlo suelto, como siempre.

—¿Estás segura de que no quieres que te haga ningún recogido? Creo que un moño te quedaría bien y te resaltaría la cara.

—No, me gusta así.

Ella se encogió de hombros y me cepilló el cabello, después agarró la plancha y creó unas pequeñas y tímidas ondas.

—Lo que digo siempre, ¿por qué no me haría peluquera? —dijo entre risas cuando se marchó del baño.

—¿Dónde has aprendido a hacer esto?

No podía creerme que la chica del reflejo fuese yo.

—Cariño, mientras tú estás besuqueándote con Harry en el bosque o en el patio, yo miro tutoriales en Youtube.

—¡Mamá! —exclamé. Notaba que me ardían las mejillas.

—Que no me aceptes como amiga en las redes sociales no significa que no esté al día con la tecnología.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora