Cinco

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Me dolía mucho la cabeza al ver todos aquellos números en el  papel. De hecho, no sabía qué demonios tenía que hacer en ese  ejercicio. Los números de las coordenadas del libro que compré  en Portland se entremezclaban con los del examen de Matemáticas. Levanté la mirada a la pared para comprobar cuánto  tiempo faltaba para que se terminase el examen y vi que toda vía quedaban veinte agonizantes minutos. Harry tecleaba en su  calculadora con avidez, sin despegar los ojos de la pantalla y  escribiendo sin parar. Las únicas incógnitas que realmente me  interesaba descubrir eran Á. B., P. N. y C. D. B., que daban la  respuesta a las coordenadas.

Además, ya había pasado un día y seguía sin saber a quién  pertenecía el libro. Busqué en Google el nombre de Shellie Baxton y encontré que no vivía muy lejos de Greenwood, pero no  había mucha información sobre ella, simplemente que había  escrito La niebla de Greenwood. Miré el examen de nuevo y  me di cuenta de que solamente me faltaban dos ejercicios para  terminarlo.

Cuando salimos de clase, Minerva comentó lo bien que le  había ido el último ejercicio, el más difícil de todos. —Creo que voy a sacar buena nota —dijo con alegría mientras se peinaba el cabello con los dedos.

—Pues yo voy a suspender, como siempre —respondió  Nora, cargada con carpetas y libros.

—Uy, sí, qué pena. Vas a tener que pedir ayuda a Harry otra  vez —canturreó Minerva, claramente con intención de molestarla.

Nora puso los ojos en blanco y todas nos despedimos hasta  el día siguiente. De hecho, la semana pasó volando; sin darme  cuenta, el viernes ya despuntaba en el horizonte. Ya conocía a más gente en el instituto y comenzaba a entender el sistema de  evaluación de cada profesor. Sabía cuáles eran las asignaturas  en las que tendría que esforzarme más.

Esa tarde era la inauguración de la tienda de mi madre. An tes de que nos mudáramos oficialmente a Greenwood, ya había  comprado el local y había contactado con quien fuese para tenerlo todo prácticamente a punto. La jardinería y la cerámica se le daban bien. En Charleston trabajaba en una tienda de  cerámica y nuestra casa siempre había estado llena de objetos  que ella misma había hecho, así que pensó que quizá sería una  buena ocasión para probar suerte con su propio negocio. Se  encontraba en la carretera, justo al lado del Árbol Blanco, don de la niebla siempre acechaba. Estaba contenta porque tenía la  intuición de que aquel año mucha más gente compraría abetos  naturales.

Thomas también había hecho algunos amigos en el instituto: Ben y Josh, que eran gemelos y prácticamente imposibles de  diferenciar. Harry y yo continuábamos saludándonos cuando  nos veíamos en los pasillos y a veces íbamos juntos a casa por que él no tenía coche.

—¿No sería más útil sacarte el carnet?

—Mi madre no me deja. Dice que nunca estaría en casa. Se encogió de hombros, con los ojos pegados en el cambio  de marchas.

—¿Dónde estarías, entonces?

Harry inspiró profundamente, desviando la cabeza en dirección a la ventana y expulsando el aire retenido en sus pulmones. —En el bosque. Siempre en el bosque.

Fruncí los labios y me concentré en la carretera. Un vez llegué a casa, detuve el coche.

—Oye, esta tarde mi madre inaugura su tienda, ¿quieres  venir?

—No lo sé, Esme. 

Se frotó la sien con los dedos de la mano derecha y volvió a  mirar por la ventana.

—¿Por qué no? Es viernes.

—Quería trabajar en... bueno, ya sabes... —murmuró algo  sombrío, esquivando mi mirada.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora