Dieciséis

25.1K 2.2K 228
                                    




(Narrador omnisciente)

Harry suspiró al mirar el techo de su habitación. Habían pasado dos días desde que había visto a aquella niña en la casa del viejo Rick.

«Esme». Pensó que era un nombre extraño. Esme. ¿Qué nombre era «Esme»?

Le gustaba, y no solo porque pensar en aquellas cuatro letras le recordara a la bonita niña de ojos azules, sino porque sonaba bien. Quizá era porque comenzaba y terminaba con la misma letra, pero estaba seguro de que no era por eso. Había algo más.

Sacudió la cabeza y decidió ponerse los zapatos e ir a casa de Minerva. A veces jugaban al Monopoly, otras al Risk, e incluso a las damas. Minerva era una de aquellas personas que se adaptaban a cualquier situación, sin perder la sonrisa nunca.

—Mamá, me voy un rato —anunció mientras entraba a la cocina.

Desde luego, su voz seguía siendo la de un niño. Su madre sonrió al pensar que Harry todavía era su pequeño. Siempre lo sería.

—Está bien, pero no vuelvas muy tarde. Sabes que no es seguro ir por el bosque cuando anochece.

—No te preocupes, voy a casa de Minerva. No iremos al bosque.

—De acuerdo. Yo iré a visitar a una amiga, aunque tampoco espero volver muy tarde.

Harry asintió y salió de la casa en busca de su bicicleta, pero se detuvo a mirar la casa que había delante de la suya. Hacía poco que la señora Robson había fallecido, enferma de alzheimer y completamente sola, convencida de que su querido Tim volvería a casa de la guerra y le traería un ramo de lirios blancos; como los del cuento de la princesa elfa. Harry sintió pena por la señora Robson, pero no podía hacer nada por ella.

Pedaleó con todas sus fuerzas y pronto llegó a casa de Minerva. Entró por la tienda porque pensó que podría estar ayudando a su madre. Harry no sabía muy bien qué eran todos aquellos objetos, pero había algunos muy bonitos. Cogió la bicicleta por el manillar y la arrastró hasta el mostrador. Minerva estaba allí mismo, con el ceño fruncido y un lápiz en la mano.

—¿Qué haces?

—Los deberes de verano, y me estoy exprimiendo el cerebro para resolver esto —respondió, mordiendo el extremo del lápiz.

—A ver —murmuró Harry y ella le acercó el papel. Comenzó a calcular y pronto llegó a una conclusión—. Minnie, es muy fácil. Solo tienes que aislar las incógnitas y sumarlas.

Harry era la única persona a quien permitía que la llamara por ese nombre. En realidad no le gustaba nada porque le recordaba al mítico ratón de Disney, pero sabía que Harry no lo decía para burlarse de ella.

—Pues es fácil, en realidad —sonrió ella.

—¿Ves?

Aunque Minerva fuese un año mayor, Harry siempre la ayudaba con sus deberes de Matemáticas. Aunque a veces le pedía consejo sobre cuestiones que él todavía no había aprendido, a Harry le bastaba con leer el libro de texto para encontrar la solución al problema.

—¿Qué quieres hacer? Mi madre está haciendo no sé qué en casa y me ha dicho que vigile la tienda, así que no podemos movernos de aquí hasta que vuelva. —Minerva se encogió de hombros.

—No lo sé. Melissa se ha ido con sus padres de vacaciones a la playa y no volverá hasta dentro de cinco días.

Minerva asintió y cerró el cuaderno. Lo apartó a un lado y apoyó los codos sobre la mesa del mostrador, claramente aburrida.

—¿Has ido alguna vez a la playa, Harry?

—Fui con mis padres y mi hermana hace muchos años.

—¿Y cómo es? Yo nunca he ido a la playa.

—Pues la arena es bastante molesta porque se te mete entre los dedos de los pies, y tragar agua es lo peor, porque te escuece mucho la garganta

Minerva rio por lo que su amigo dijo, aunque ella seguía deseando ir a la playa algún día. Al pensar en el azul del mar, Harry recordó los ojos de Esme, y un pequeño rubor se instaló en sus mejillas; se le quedó la vista en blanco.

—¿Por qué te sonrojas?

—Por nada.

Harry desvió la mirada y Minerva negó con la cabeza con una mirada sospechosa.

—Ven, quiero enseñarte algo que mi madre trajo ayer a la tienda.

Indicó que lo siguiera e, instantes después, llegaron delante de una estatua. Era grande, muy, muy grande, y llevaba un casco en la cabeza y una espada en la mano; sobre el hombro derecho tenía un búho. Era una escultura grande, debía de medir unos dos metros aproximadamente. Una túnica y unas armaduras cubrían su cuerpo.

—¿Quién es? —preguntó Harry.

—Es la diosa romana de la sabiduría y la estrategia en la guerra, Minerva. Según mi madre, yo me llamo así por ella.

—Es muy grande —admiró Harry.

—¿Y sabéis que el búho es el animal representativo de la filosofía? —preguntó una voz desde la distancia.

Luna bajó las escaleras y se acercó a ellos con una sonrisa.

—Pues no —respondió su hija, interesada en la respuesta.

—La filosofía lo analiza y lo observa todo. Busca las respuestas a preguntas que parecen no tener.

Harry miró con asombro a la madre de su amiga, sorprendiéndose por la descripción tan bonita que había hecho de su animal favorito. Aunque nunca hubiese creído en la magia de Luna, la admiraba por su sabiduría y conocimiento.

—¿Por qué la tenéis aquí? —preguntó Harry.

—Ella nos protegerá con su espíritu y le dará sabiduría a Minerva, ¿a que sí? La necesitará para enfrentarse al futuro. —Luna la abrazó por los hombros y la atrajo hacia ella.

Minerva se encogió ligeramente de hombros y le dijo a su madre que ella y Harry iban a dar una vuelta por el pueblo. Harry subió a su bicicleta y esperó a que Minerva llegase con la suya, pensando en las palabras de Luna.

Su madre, Jane, decía que tenía que sacar buenas notas en el colegio para conseguir una beca cuando terminase el instituto e ir a una universidad importante y conseguir un buen trabajo. Quizá Luna también se refiriese a eso. Al fin y al cabo, los padres siempre querían lo mejor para sus hijos.

De repente, los ojos azules de la niña llamada Esme volvieron a su memoria. Harry quiso volver a la casa del viejo Rick para comprobar si ya se había ido de Greenwood, pero Minerva dijo que quería ir al parque y pasar el rato en los columpios.

Quizá Esme también estuviese en el parque.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora