Nueve

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Esme


Cada vez encontrábamos más y más nieve en el camino. Mantenía los ojos bien abiertos para no pasar por alto ningún elemento mágico que pudiese cruzarse en nuestro camino, como todas aquellas criaturas y anécdotas extrañas de las que Melissa nos había hablado. Fue ella también quien nos explicó que las puertas de los árboles te podían llevar a lugares desconocidos, aunque nosotros decidimos no tentar la suerte y seguir nuestro camino. Harry parecía más animado y estaba convencido de que encontraríamos el modo de volver a la cabaña con los de- más, pero yo me sentía muy triste por la muerte de mi padre, y lo único que me mantenía en pie era la esperanza de resolver el misterio del bosque y así honrar su memoria.

De repente me di cuenta que Harry no me seguía; se había quedado atrás y miraba en la dirección opuesta.

—¿Harry? —pregunté.

Él se sobresaltó y me observó con nerviosismo.

—¿Sí?

—¿Qué miras?

—Nada —me contestó desviando la mirada—. Sigamos.

Me adelantó y deseé que realmente no fuese nada, pero su comportamiento me había resultado extraño. Seguimos caminando con la esperanza de encontrar un indicio de que íbamos en la dirección correcta, pero la nieve lo cubría todo, como si no avanzáramos. Empezaba a desesperarme, la humedad del bosque parecía penetrar en mi cerebro y llenarlo de un rocío que me impedía pensar con claridad. Entonces justo en medio de las ramas lloronas de los abetos, me pareció ver una figura que me dio un poco de esperanza.

—Harry, ahí hay algo.

—¿El qué? —preguntó, acercándose más a mí.

—Eso. —Lo señalé y él forzó la vista para verlo.

—¿Qué es? —Preguntó extrañado—. Eh, ¿qué haces?

—Investigar. Venga, no seas gallina.

Poco a poco, aquello que parecía una ilusión óptica fue haciéndose cada vez más y más grande. La torre que habíamos visto en el mapa, se levantaba ante nosotros, cogiendo altura a medida que nos acercábamos, pero lo que más me sorprendió fue que entre esta y nosotros había un gran abismo, y para llegar a ella debíamos cruzar un puente de madera y cuerda suspendido en el vacío.

Nos paramos en el borde y asomamos la cabeza en un intento de calcular la profundidad.

—¿Qué debe de haber ahí abajo? —pregunté.

Me arrodillé justo en el abismo y miré hacia el fondo con mucho cuidado de no resbalar por la humedad del suelo.

—Parece que no tenga fin —admiré.

—Solo hay una manera de saberlo.

Harry también se arrodilló a mi lado y apoyó bien las manos sobre el musgo.

—¿Qué haces? —Le cogí del brazo para que no se acercara tanto, era peligroso.

—Suéltame —espetó y así lo hice, cohibida por su reacción—. No voy a saltar.

Agarró una piedra, la tiró al vacío, y nos quedamos en silencio hasta que se oyó un suave «¡plof!».

—Al menos sabemos que hay algo ahí abajo.

«Aunque no tengo ni la más mínima intención de ir», añadí para mis adentros.

Harry se puso de pie y se encaminó hacia el lado contrario.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora