Veinte

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Esme

Salimos por un espejo colgado de un tronco, pero el cristal no mostraba la habitación que dejábamos atrás, sino que nos devolvía nuestro reflejo. Me sentía desconcertada y asombrada.

Sentía una especie de nostalgia que no entendía, como si fuese un extraño déjà vu.

—¿Dónde estamos? —pregunté en un susurro.

—Es el bosque, pero... —Harry se quedó a medias.

El zorro se sentó en los pies de un árbol, mirándonos, y yo esperé a que Harry acabase la frase, pero no lo hizo.

—¿Qué has visto en el espejo?

Harry me miró.

—Te he visto a ti, pero... no eras tú.

—¿La princesa?

—Sí, pero, Esme, tengo que contarte algo, y no puedo esperar más.

Si Harry decía que me había visto en el espejo, cabía la posibilidad de que estuviésemos...

—¿Recuerdas la vez que te dije que sentía que alguien intentaba ser yo? —preguntó, cortando así mis pensamientos.

—Sí...

Harry se relamió los labios y respiró profundamente.

—Ya sé quién es.

Nos quedamos unos instantes en silencio, y entonces me aventuré a decir.

—El príncipe —susurré, y Harry asintió—. ¿Cómo?

—No lo sé, pero es él. Lo he estado oyendo en mi cabeza y he soñado con él desde que entramos en el bosque.

—Pero ¿por qué? Por esa regla de tres, debería estar como tú, pero a mí la princesa no me habla.

—La princesa está dormida, Esme...

El zorro se sobresaltó sin ningún motivo aparente y se marchó deprisa entre los árboles. Miré a Harry para encontrar alguna explicación, pero tanto su ceño fruncido como sus ojos me dijeron que él tampoco entendía nada, hasta que unos pasos sobre la tierra mojada hicieron que nos escondiéramos detrás de unos arbustos. Miramos entre las ramas, y la figura de un hombre apareció, aunque no podía verle bien la cara.

—¿Quién es? —preguntó Harry en un susurro.

—No lo sé —respondí.

El hombre estaba buscando algo con desesperación. Se paró justo delante de nosotros para mirar en todas direcciones. No le vi la cara en ningún momento, pero su silueta me resultaba algo familiar. Era alto y delgado, la camisa que llevaba le quedaba holgada, las botas le llegaban prácticamente hasta las rodillas y un pequeño puñal descansaba en su cintura. No debía de ser mayor que nosotros.

El chico miró hacia la izquierda y desapareció corriendo entre los árboles.

—Sigámosle —dije.

Harry no pudo ni rechistar.

Sus pasos eran ágiles y seguros, parecía conocer el bosque a la perfección. Conforme más nos adentrábamos, más brillaba todo a nuestro alrededor, y un extraño polvo se alzaba bajo nuestros pies. Lo seguimos hasta que se detuvo en una gran raíz. Intenté acercarme un poco más para ver bien al chico Pareció tan sorprendido como yo al oír una melodía que provenía de entre los árboles. La voz se fue acercando, y el chico se escondió. Reconocí quién venía al instante.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora