Cuatro

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Efectivamente, mi madre me castigó en cuanto puse un pie en casa. De hecho, me estaba esperando en el comedor, con el teléfono en la mano, y ni siquiera me dio un sermón. Directamente me dijo que estaba castigada y que me fuese a mi habitación. Tampoco quise insistir, había llegado a las cinco y cuarto de la madrugada, y entonces fue cuando me di cuenta de que Harry y yo habíamos estado andando tres cuartos de hora por el bosque desde que salimos de la cueva, pero me pareció mucho menos.

Desde la ventana de mi habitación vi la luz encendida de la casa de Harry, en lo que supuse que era su cuarto porque una figura femenina parecía estar riñéndole. Me puse el pijama, me metí en la cama y, a los pocos segundos, caí rendida en los brazos de Morfeo. En mis sueños aparecía un chico de ojos verdes en medio del bosque y búhos que me miraban desde las copas de los árboles.

A la mañana siguiente, prácticamente no me atreví a salir de mi habitación. Eran pocas las veces que mi madre me castigaba, pero tenía que someterme a hacer todo lo que ella dijese y sin rechistar. Eso significaba tener que limpiar los lavabos, hacer la compra, podar el jardín y hacerle masajes dobles en los pies cada noche. Thomas se estuvo riendo de mí durante horas, hasta que ella le dijo que se callara si no quería acompañarme en mis dulces tareas del hogar, y aunque ella siempre estuviese de parte de él, le di mucho crédito por decir aquello. Además, y como si aquello no fuese suficiente, me había dejado el paquete que fui a buscar a casa del abuelo Rick, así que tenía que volver de nuevo. No tenía ningunas ganas, pero aprovecharía que mi madre quería que fuera al supermercado local para escaparme un momento a casa del abuelo.

—¡Buenos días, Esme! —dijo una voz conocida cuando entré en el establecimiento.

Me percaté de que la persona que me había saludado era Nora, que llevaba un delantal de color negro y una camisa de color verde oscuro.

—Hola, Nora —saludé con timidez—. Eh, ¿trabajas aquí?

—Digamos que me obligan. Mis padres son los dueños de todo esto —sonrió alzando el dedo índice, señalando a su alrededor—. ¿Puedo ayudarte en algo?

Le dije a Nora cuáles eran los ingredientes que necesitaba y ella me fue indicando dónde se encontraban. Cuando tuve lo que necesitaba, se lo llevé a la caja.

—Oye, ¿quieres venir con Minerva y conmigo de compras a Portland esta tarde? Minerva mencionó que tenía que comprar unas cartas para el cumpleaños de su madre o algo así.

La oferta de Nora sería una excelente oportunidad para entablar una amistad, pero recordé que estaba castigada por haber llegado a las cinco de la madrugada la noche anterior.

—No sé si mi madre me va a dar permiso —intenté excusarme.

Me daba vergüenza decirle que estaba castigada. Además, sabía que preguntaría por qué y entonces acabaría soltando que pasé la noche con Harry en una cueva misteriosa en medio del bosque.

—Por eso no te preocupes. ¿Qué tal si me envías un mensaje cuando sepas si puedes venir o no

Nora cogió un papel que había en el mostrador y escribió su número de teléfono. Era zurda.

—De acuerdo. ¿Sabes a qué hora iríamos y cuándo volveríamos?

Si tenía la información necesaria y ponía mi mejor cara de gato atropellado en medio de una carretera desierta, quizá mi madre me dejaría ir con ellas.

—A las cuatro te pasaríamos a buscar y estaríamos de vuelta en Greenwood hacia las ocho, aproximadamente. Mi madre no quiere que esté tanto tiempo fuera, y mucho menos ahora que las horas de sol son escasas. Iremos en el coche de Minerva.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora