Veintisiete

17.8K 2.1K 338
                                    

Esme

Nadie había dicho nada desde que estábamos en el despacho del sheriff. Jeff Skins apuraba el cigarrillo con nerviosismo; Melissa miraba por la ventana con la mirada perdida entre los estores metálicos; Minerva, que estaba sentada en la silla de la derecha, parecía incómoda ante el silencio que reinaba en la sala; y Harry, sentado en el medio, movía la pierna en un tic nervioso.

—Bueno —dijo Harry por fin—, ¿vais a dar alguna explicación?

Miraba alternativamente a Jeff y a Melissa, pero ninguno de los dos parecía querer hablar. Harry comenzó a tamborilear con los dedos sobre el reposabrazos de su silla. Melissa había vuelto a su actitud altiva y arrogante habitual. Si algo tenía claro era que no sentía simpatía alguna hacia ella.

—¿Por qué, Melissa? —preguntó Minerva.

Melissa se dio la vuelta para encararnos. Sus ojos eran fríos y duros como un glaciar, no como los había visto en el bosque al intentar deshacer el hechizo. Su comportamiento era bastante contradictorio.

—¿Por qué, qué?

—Creo que merecemos una explicación, ¿no crees?

—Ya lo he contado todo.

—Mi año en el hospital no dice lo mismo —dijo Minerva, cruzándose de brazos.

—Ya te he pedido disculpas por eso.

—¡No es suficiente! —Gritó, y respiró hondo para calmarse—. Por tu culpa perdí un año de mi vida y a un buen amigo. ¿Y tú que has hecho? Nada para...

—¡Ya basta! —Grité. Todos me miraban y me levanté para hablar—. Yo no estaba cuando esto ocurrió, pero lo que sé es que todos hemos trabajado como un equipo para resolver el misterio del bosque. No lo echéis todo a perder.

—Pero si ella no ha hecho nada —espetó Minerva poniendo los ojos en blanco.

—Nos dirigió a Esme y a mí hacia la entrada del bosque. Técnicamente sí lo ha hecho —intervino Harry, y si las miradas mataran, hubiera caído fulminado al suelo. —¿Qué tienes que decir sobre esto, Jeff? —Harry se tocó las sienes en un gesto cansado.

Habían pasado tres días desde que habíamos vuelto del bosque, y Jeff tenía que contarnos por qué no había hecho nada para buscar a los desaparecidos. No entendíamos qué le pasaba, por qué se acobardaba cada vez que salía el tema ni por qué no había movido ficha para encontrar a su propia hija. No había empezado ninguna investigación, se había quedado entre las cuatro paredes de su despacho. Pero cuando Jeff parecía dispuesto a hablar, Melissa lo cortó.

—Toda la culpa es mía.

—Por fin lo admites —admiró Minerva, enarcando las cejas. Melissa no respondió a aquello.

—Fue un acuerdo entre mi hija y yo —admitió Jeff finalmente. Suspiró con abatimiento—. Cuando Melissa me contó que estaba decidida a descubrir el misterio del bosque, supe que algo así iba a pasar. Ella, sin embargo, me decía una y otra vez que estaba al tanto de lo que ocurría entre los árboles, que la princesa de los cuentos le había hablado en sueños y que debía entrar, que era su destino.

Todos nos quedamos en silencio, asimilando lo que nos estaba diciendo, hasta que Harry se dirigió a Melissa.

—Intentaré hacer un esfuerzo para creérmelo. Ahora, Jeff, si sabías que todo lo del bosque era real, ¿por qué no me lo dijiste?

—Melissa me hizo prometerle que no me interpondría.

—¿Interponerse en qué? —pregunté.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora