Veintidós

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Esme


Andaba concentrada en el ruido de la goma que hacían nuestros zapatos en el suelo. La perla que llevaba en el bolsillo me pesaba cada vez más y estaba convencida de que aquello era lo que Helë tan ansiosamente quería. Pero realmente no sabía si la perla nos salvaría o si, por el contrario, Helë estaba detrás de todo aquello para aprovecharse de nosotros. Me dolía la cabeza y estaba muy cansada.

—¿No se te ha ocurrido que Helë podría estar utilizándonos de nuevo? —le pregunté a Harry.

Me miró con el ceño fruncido.

—No importa —afirmó. Esa respuesta me sorprendió, no sonaba nada a él—. Nos haya utilizado o no, esto nos acerca al final.

—Supongo que tienes razón, pero no puedo dejar de darle vueltas —suspiré, y nos quedamos en silencio.

Me aterraba pensar que quizá estábamos cayendo en una trampa que podría ser nuestro fin. Sí, eso era lo que nos acercaba al final de todo el misterio, pero yo no estaba tan convencida. Me parecía demasiado fácil.

Desperté de mis propios pensamientos cuando Harry me tiró de la manga y vi que el zorro nos estaba esperando al final del túnel, justo en la salida, pero se dio la vuelta y volvió a desaparecer.

—¡Eh! ¡Espéranos! —exclamó Harry, y echó a correr.

El suelo estaba húmedo y resbaladizo. La luz de la linterna que Harry tenía en sus manos ascendía y descendía a medida que corríamos. No veía muy bien hacia dónde íbamos, pero si seguíamos al zorro seguro que llegábamos a algún sitio que nos sería de gran ayuda, y eso era lo que realmente importaba. No obstante, en mi mente rondaban tres ideas.

La primera, que el zorro había vuelto a aparecer y eso significaba que nos iba a llevar a algún lugar importante. La segunda era la incertidumbre de pensar qué pasaría si, al llegar al otro lado, el zorro se hubiera esfumado entre los árboles, como siempre. Y la tercera era que la perla en mi bolsillo cada vez me pesaba más.

Justo cuando creía que mi corazón iba a salir disparado del pecho, sentí el mismo cosquilleo que cuando el escenario cambiaba. Cuando por fin salimos al exterior, no nos dio tiempo a frenar y caímos rodando por unas escaleras.

Estábamos en un sitio oscuro y lúgubre, con la única iluminación de una antorcha de fuego. La linterna de Harry se había apagado. Sentí que la herida de la rodilla se me había vuelto a abrir, pero no le presté atención, y lo primero que hice fue llevarme la mano al bolsillo; toqué la perla con los dedos y suspiré tranquila.

Harry, estirado en el suelo a mi lado, se lamentaba por algo que yo no veía porque me daba la espalda. Me acerqué para averiguar qué le pasaba. Se tocaba la muñeca y la doblaba con una mueca. Decidí abrir la mochila y desgarrar un trozo de una de las camisetas de recambio que había traído para atársela entre la palma y el pulgar. Eso era mejor que nada.

—¿Te aprieta mucho? —le pregunté mientras le ayudaba a levantarse.

—Está bien. Gracias —me respondió cuando se puso en pie, y miró a nuestro alrededor—. ¿Dónde estamos?

—Creo que en el castillo. En las escaleras que llevan a las celdas, para ser...

—¿Esme? —me cortó una voz.

—¿Harry? —añadió otra.

Nos giramos en dirección a las voces y nos adentramos un poco en la oscuridad. Tenía los nervios a flor de piel. Solo porque alguien hubiera dicho nuestros nombres no significaba que fuese alguien que conocíamos, porque, pensándolo bien, en aquel bosque todos parecían saber quiénes éramos. Pero la tensión que acumulé durante esos segundos despareció totalmente cuando vi la cara de la persona que me había llamado, y me entristeció no haber reconocido la voz de mi propio hermano.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora