Diez

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Harry


Volvía a sentir el fuego en mi cuerpo, pero aquella vez era de un tipo distinto. Estaba reprimiendo la rabia para no dar puñetazos a los árboles y hacerme daño. Esme caminaba en silencio detrás de mí, pero sus ojos hurgaban en mi espalda. Intenté respirar profundamente y calmarme. Estaba enfadado y confundido, no entendía lo que me pasaba, pero ese reflejo en el suelo del palacio...

«No va a servir de nada, Harry», dijo la misma voz que me había hablado en el sueño.

—Cállate —musité entre dientes.

Me tensé al pensar que Esme podía haberme oído y miré por encima de mi hombro con disimulo. Desde nuestra discusión caminaba cabizbaja y me sentía fatal por haberla tratado de ese modo, pero no podía contarle a quién pertenecía la voz de mi cabeza, pues si ni siquiera yo mismo lo sabía. No quería que pensara que estaba loco y que me abandonase en medio del bosque. Una parte de mí se negaba a creer que ella podría hacer algo así, pero no sabía cómo reaccionaría si le contaba la verdad. No podía confesarle lo que por sí misma había descubierto. Tampoco entendía cómo lo había averiguado, pero era mejor que no lo supiera.

«Sabes que ella nunca te juzgará por eso», volvió a decirme, pero le ignoré. «Yo soy tú, y tú eres yo. No puedes huir de mí».

—¿Podrías dejarme en paz? Estoy ocupado...

—¿Dices algo?

Esme me estaba mirando con el rostro completamente serio.

—¿Qué?

—Has dicho algo —insistió.

Tragué saliva.

—No he dicho nada.

Aceleré el paso. Quería llegar a la cabaña de una vez por todas y pensar en algo que no fuese que estábamos perdidos en el maldito bosque y en que la dichosa voz de mi cabeza se creía demasiado lista.

A veinte metros de donde estábamos había una glorieta de piedra cubierta de enredaderas y musgo en la piedra. Me paré al lado de un árbol sin saber muy bien qué hacer y Esme me adelantó sin decir nada para llegar a los escalones.

«Ve con ella, tonto».

Aunque no estaba muy seguro, le hice caso. Me acerqué y miré a nuestro alrededor: las columnas de piedra conectaban con el techo y los grabados florales que había en ellas era igual a los que habíamos visto en el plato de la casa en el árbol.

—¿Qué es este lugar? —susurró Esme sin apartar la vista del techo.

—Parece una pista de baile —respondí, aunque sabía que la pregunta no iba dirigida a mí.

Volvimos a quedarnos en silencio y toqué la piedra húmeda con la yema de los dedos.

De repente, una sensación extraña que se estaba volviendo cada vez más conocida me invadió. Los árboles adquirieron un color más vivo y se mecieron con el viento, como si tomaran una bocanada de aire después de un largo tiempo sin respirar. El musgo de la piedra se desvaneció y esta relució, como si fuese nueva, recién tallada, y el suelo brilló tanto que vi mi reflejo, aunque no me reconocí.

—¿Harry?

Alcé la cabeza y vi a Esme, pero tampoco era ella.

Estaba ocurriendo lo mismo que en el palacio, y todo se desvaneció tan rápido como había empezado.

—Harry. —Esme puso su mano sobre mi brazo y vi su mirada preocupada— Lo has visto, ¿verdad?

Entré en pánico. ¿Qué es lo que se suponía que había visto? Pensaba que me estaba volviendo loco.

—No sé de qué me hablas.

Me di la vuelta y eché a correr sin esperar a Esme. Quería alejarme de ese lugar, tenía que salir de ese bosque como fuese. Papá llevaba razón, la gente cambiaba allí.

—¡Harry! —oí que me llamaba Esme, pero no me detuve.

No tenía ni la más remota idea de hacia dónde iba, estaba desesperado de encontrar una salida a toda aquella pesadilla.

«Correr no va a servir de nada, Harry. Yo soy tú, y tú eres yo», insistió la voz en mi cabeza.

—¿Quieres callarte? —Jadeé mientras corría y esquivaba las gigantescas raíces de los árboles.

«Yo soy tú, y tú eres yo».

«¡Cállate! ¡Yo soy Harry, tú no eres nadie!».

Mi propia respiración retumbaba en mis oídos y me detuve para mirar en ambas direcciones.

«Derecha», me dijo la voz.

Tomé la izquierda. No quería tener nada que ver con quien fuese que me estuviera hablando. Esme me agarró de la mano, pero esa vez no se la aparté; me daba absolutamente igual, solo quería salir de allí y volver con los demás.

«¡Estúpido, era a la derecha!», me gritó. «¡Retrocede!».

«¡No!», respondí en mis pensamientos.

—¿Por qué corremos? —Preguntó Esme cuando volvimos a pararnos al cabo de unos segundos, pero tampoco le hice caso—. ¡Harry! ¿Qué pasa? ¿Por qué estamos corriendo?

Entre los árboles divisé unas escaleras de piedra que ascendían por un barranco y recordé lo que nos había dicho Melissa.

«No lo hagas. No vayas por allí».

Hice oídos sordos. Arrastré a Esme conmigo y subimos las escaleras, que parecían no tener fin. Una extraña niebla comenzó a rodearnos, cada vez más espesa a medida que avanzábamos.

«Harry, da la vuelta».

«¡Porque tú lo digas!», espeté.

Iba a hacer todo lo contrario a lo que me dijera. Estaba convencido de que al final de las escaleras encontraríamos la cabaña y volveríamos a estar con todos. Trazaríamos planes con solidez y no con estúpidas improvisaciones, sacaríamos conclusiones de lo que habíamos descubierto entre todos y con ellas calcularíamos nuestros movimientos. Deberíamos prepararnos mejor para la próxima vez.

Apenas me quedaba aliento cuando alcancé el último escalón. Esme se aferró a mi brazo para alcanzarlo y la piedra se balanceó bajo nuestro peso.

—¿Dónde vamos? —preguntó con miedo.

Miramos hacia todos lados para encontrar un camino, una dirección que tomar, pero no se veía nada; la niebla que nos rodeaba era completamente densa.

«Te he advertido que no fueras por ahí. ¿Ahora qué vas a hacer?».

Tragué saliva e intenté pensar con claridad. Necesitaba idear un plan rápidamente, pero la piedra se tambaleó bajo nuestros pies y caímos al vacío.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora