Veintisiete

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(Narrador omnisciente)

Tres años habían pasado.

Tres años desde que Harry había visto a Esme por última vez. Deseó con toda su alma recibir el regalo de verla de nuevo, ya que aquel día era su cumpleaños.

Los ojos azules de Esme lo perseguían no solo en sueños, sino también cuando permitía a su mente divagar entre los recuerdos, en los que una voz le susurraba su nombre. Los ojos azules de Esme eran como los de un animal cazador; fríos y salvajes.

Suspiró y decidió levantarse, dando gracias a quien fuese porque era sábado. Se calzó los zapatos y bajó a la cocina para que su madre le diese quince tirones de orejas y Helena se burlase de los cambios que estaba sufriendo su voz.

—¡Mi niño bonito, que hoy cumple quince años! —canturreó Jane al verlo entrar a la cocina y lo estrechó entre sus brazos—. ¡Feliz cumpleaños, Harry! Recuerdo cuando cumpliste un año y te abriste el mentón. Todos tuvimos que correr al hospital y se suspendió la fiesta que organicé.

—Cuando cumplió seis años, se hizo pis en la cama y se despertó llorando —añadió Helena.

—Oh, cállate —murmuró Harry a su hermana, cansado de que se lo recordase una y otra vez.

—«Oh, cállate» —se burló ella, imitando su grave voz. Harry ignoró a su hermana, sabía que era una batalla perdida.

—Será que tú no te has hecho nunca pis en la cama, listilla.

—Cuando tenía tres años —contestó Helena, que se cruzó de brazos, sentada en la mesa que había en la cocina.

—¿Y si te recuerdo ese día en el centro comercial de Portland que chocaste contra una columna porque babeabas al ver a Marcus y él lo vio absolutamente todo?

—Ese incidente no tiene ni punto de comparación con mear- se en la cama porque...

—Porque eso nadie lo vio, mientras que a ti te vio todo el mundo —añadió Harry entre risas, mientras cogía su taza favorita de Star Wars.

—Ya basta, niños. —Jane puso fin a la pequeña discusión.

Harry resopló y agarró la caja de galletas con chocolate del armario. Se llenó la taza de leche y se marchó al comedor para sentarse en el sofá y ver cualquier programa.

Pensó en aquel día, lo que suponía su cumpleaños. Por tercer año consecutivo, su padre no estaba con él para celebrarlo con la tradición que ambos habían establecido: ir a Portland al cine y después a McDonald's, disfrutando de una tarde de hombres. Pero era ya el tercer cumpleaños sin él. Una mañana fue a trabajar al taller que tenía con unos socios más y nunca apareció; nadie más volvió a ver a William Sendler en Greenwood. Ni siquiera en el bosque.

Pero Harry sabía muy bien dónde estaba. En aquel momento se prometió a sí mismo que, si no volvía pronto, él mismo iría a buscarlo.

No sabía cómo, pero lo haría. Estaba seguro.


Melissa le había enviado un mensaje para felicitarle el cumpleaños. También lo habían hecho algunos compañeros del instituto, excepto Minerva. Era el tercer año que no le felicitaba el cumpleaños. Desde hacía tres años, Minerva y él apenas se dirigían la palabra. No era un chico muy popular, era bastante introvertido, aunque brillante académicamente hablando. Aunque solo era su primer curso de instituto, los profesores ya le decían que, si seguía sacando aquellas notas, recibiría matrícula de honor cuando se graduase y le lloverían becas de todas las universidades, encantadas de tener a un estudiante estelar como él en su facultad.

Harry era el orgullo de Jane, y también de Helena, aunque muchas veces no quisiera admitirlo.

—¡Harry, ven a la cocina! —gritó su madre.

Gruñó solo de pensar en bajar de nuevo las escaleras, pero, aun así, lo hizo. Se imaginaba que alguien lo había llamado para desearle un feliz cumpleaños.

Cuando llegó a la cocina, vio a su madre con una bolsa de plástico grande en las manos.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó cuando llegó—. ¿Y esa bolsa?

—Es para ti. Un regalo de parte de Helena y de mí.

Jane se llevó la mano a la boca y sonrió, esperando a que lo abriese. Helena lo alentó y le dijo que debía abrir primero el del papel azul oscuro. Harry sonrió y se sentó en una silla. Sacó el paquete, se lo acercó al oído y lo sacudió. Se preguntaba para sus adentros qué era. Finalmente lo abrió con entusiasmo, pero se quedó algo sorprendido al ver qué era; sin duda no se lo esperaba, en absoluto.

—¿Un comedero y un collar de perro? —Arqueó una ceja, confundido.

—¡Abre el sobre! —dijo Helena, que se levantó y se sentó sobre uno de los muslos de su hermano.

Emocionado e ilusionado, Harry abrió el sobre de color blanco con su nombre y frunció el ceño cuando vio la fotografía de un cachorro. Pronto, escuchó un ladrido y miró a su madre y a su hermana, ambas sonrientes.

Helena tuvo que levantarse porque Harry salió corriendo de la cocina, siguiendo el sonido de los ladridos. Llegó al jardín trasero, donde encontró una caja de cartón y un perro en ella.

—¿Es para mí? —preguntó con incredulidad.

—Es tuyo —contestó Jane, alegre de ver a su hijo tan contento.

Harry estaba feliz.

Muy, muy feliz.

Tomó en brazos al pequeño perrito de ojos azules y mirada inteligente y admiró su belleza y su precioso pelaje.

—Es un husky —informó Helena, aunque él ya lo sabía—. Yo quería otra raza ya que estos perros son bastante independientes, son como lobos cazadores y te va a costar adiestrarlo, pero mamá se encariñó con él en el refugio.

Harry lo dejó en el suelo. El perrito sacudía la cola de un lado a otro e intentó moverse con torpeza. Caía al suelo y volvía a levantarse continuamente. Sacaba la lengua y ladraba, dando vueltas sobre sí mismo. Justo cuando el perro lo miró a los ojos y soltó un ladrido, se dio cuenta de que tenía unos ojos muy parecidos a aquellos ojos azules que lo habían estado persiguiendo durante todos esos años. Unos ojos cazadores, como los de un lobo. Y Harry entendió que él había sido la presa.

—¿Te gusta, cariño? —preguntó Jane, emocionada.

Harry estrechó con fuerza el pequeño cuerpo de su madre entre sus brazos.

—¡Es el mejor regalo del mundo! —exclamó y le dio un beso en la mejilla.

Luego, se dirigió a su hermana y la abrazó. Por mucho que lo chinchara las veinticuatro horas del día, la quería muchísimo.

—¡Sois las mejores!

Justo cuando deshizo el abrazo, Harry se arrodilló y el perrito ladró contento, se acercó a él y le lamió la mano. Estaba feliz de que le hiciera caso. Cada vez que lo miraba a los ojos, recordaba a Esme.

—¿Has pensado ya en algún nombre? —preguntó Jane. Y Harry lo tuvo muy claro.

—Hunter —respondió, y le puso el collar azul marino.

Hunter.

Cazador.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora