Dos

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Aunque había sido el primer día de clase, ya tenía una montaña enorme de deberes. Me pasé tres horas enteras escribiendo redacciones con Salem en el regazo, le gustaba el suave tacto de los leggings que me ponía para estar por casa. Cuando alcé la vista del papel, vi a Harry salir de su casa con un perro. En las manos llevaba muchos papeles enrollados y una mochila le colgaba del hombro derecho.

Miré hacia las montañas lúgubres y vi que la niebla volvía a descender, haciendo zigzag entre los árboles. Un escalofrío me recorrió la espalda y, cuando miré al portal de la casa de Harry, él ya no estaba. Me quedé en silencio y pensé que el bosque de Greenwood daba algo de miedo. Por nada del mundo desearía perderme en él.

Después de clase, habíamos ido a casa de Minerva, y entonces entendí por qué le había hecho aquella carta astral a Nora. Su madre, Luna, era aficionada a todas esas cosas. No era una bruja, pero le gustaba echar las cartas y leer los horóscopos. Vestía de morado y naranja eléctrico, y llevaba muchos colgantes parecidos al búho de Minerva en el cuello. Sin embargo, no era nada fuera de lo normal. Minerva y su madre vivían en una pequeña casa situada en la trastienda del negocio familiar de antigüedades y rarezas. Me extrañó que en un lugar tan pequeño como Greenwood hubiese una tienda como aquella.

Oí que mi madre me llamaba y bajé al comedor. Estaba decorando el árbol de Navidad junto a una mujer que no recordaba haber visto antes, pero sus facciones me resultaban vagamente familiares.

—¿Mamá? —pregunté. Ambas se dieron la vuelta.

—Oh, Jane, te presento a mi hija, Esme. —La mujer me estrechó la mano—. ¿Recuerdas que te dije que tenía una amiga llamada Jane? Es ella. Fuiste a su tienda el otro día.

Jane. Era la madre de Harry.

—Tu madre me ha hablado mucho de ti. —Sonrió de oreja a oreja.

—Espero que todo lo que te haya contado sea bueno —bromeé. Es decir, era la madre de Harry—. Mamá, ¿qué necesitas? 

Pero ella pareció estar perdida en un sueño, sin prestar atención a lo que le estaba preguntando. 

—Perdona, ¿qué decías, cariño? 

Suspiré.


—Me has llamado...

—Oh, sí, necesito que vayas a casa del abuelo a buscar un paquete. —Me miró de soslayo, más pendiente de colgar las bolas de color rojo escarlata en el sitio correcto del árbol.

—¿El abuelo Rick?

—Sí, el abuelo Rick —confirmó mi madre, que seguía sin mirarme—. ¿Recuerdas el camino a su casa?

Sí que lo recordaba, pero no me apetecía tener que ir hasta allí.

—En la carretera del Árbol Blanco, ¿verdad? —Me estremecí.

—Sí.


El Árbol Blanco era un lugar bastante curioso de Greenwood.

No era más que un árbol, como indicaba el mismo nombre, pero curiosamente siempre estaba envuelto de aquella espesa niebla que acechaba aquel paisaje peculiar.

—Pero el abuelo Rick vive en el bosque —murmuré.

—¿Y? Tampoco es que vayas a perderte. Está muy bien señalizado y la carretera está en buenas condiciones. No te acerques mucho al bosque y no pasará nada.

Podría decirse que tenía buen sentido de la orientación pero, después de escuchar lo que le había pasado a Melissa Skins, me daba cierto respeto perderme en el bosque como ella.

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora