Veintiséis

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Harry propuso que yo guardara la llave del bosque, pero yo pensaba que dado que él había sido quien la había conseguido, merecía guardarla.

—Podría meterla entre las piedrecitas de la pecera de Watson. Estoy seguro de que nadie miraría ahí —propuso mientras subía al coche para ir al instituto.

—Y después tendrías que meter la mano para sacarla y olerías a pez. Qué asco.

Saqué la lengua e hice una mueca de asco. Solté el embrague para acelerar.

—Ya, pero nadie la encontraría ahí, ni siquiera Hunter. —Se encogió de hombros y se puso el cinturón—. Cambiando de tema, ¿tu madre te dijo algo cuando llegaste?

—No, ni siquiera sabe dónde estuvimos la noche pasada, no se ha enterado de nada. ¿Y la tuya?

—Los somníferos hicieron su efecto.

—¡Harry! —Lo golpeé en el brazo con una mano.

—¡Era broma, era broma! —Alzó las manos y solté una pequeña carcajada—. Tienes fuerza...

—Solo a ti se te ocurren este tipo de cosas. Pero, ahora en serio, ¿no sabe nada?

—Ella no, pero Helena me vio cuando salió del baño. Estaba tan dormida que espero que no se acuerde de nada.

Me quedé en silencio y entrecerré los ojos. No sabía si eso era bueno o malo. No conocía a Helena tan bien como para saberlo, pero aquello me hizo pensar en Thomas. Deseaba habérmelo encontrado de camino al baño, demasiado dormido como para acordarse.

—Oye, Harry. Dijiste que viste a mi hermano en el reflejo del agua.

—Ah, sí, es verdad. Thomas estaba allí, también Minerva y Louise. Lo que no sé es qué hacía Louise allí dentro, la verdad. O sea, claramente ha hecho igual que los demás, pero no entiendo por qué ha entrado si sabía muy bien lo que ocurría.

—¿Y qué pasa con Minerva?

—En el bosque no se oía ni un alma.

—¿Y qué me quieres decir con eso?

—Piénsalo bien, Esme. Todas las noches, va al bosque para intentar abrir la puerta y pide auxilio, pero casualmente esa noche no la oímos y después la veo allí dentro, con los demás.

—Quizá se quedó sin voz definitivamente, Luna lo dijo.

—Sí, y yo me chupo el dedo —ironizó Harry, que chasqueó la lengua a modo de burla.

Volvimos a quedarnos en silencio y pronto visualicé el aparcamiento del instituto. El cielo, como era habitual en Greenwood, estaba nublado y parecía que hacía bastante frío.

—De todos modos, hoy lo sabremos seguro —dije para romper aquel silencio.

—Te digo yo que no ha venido —me aseguró Harry.

Torcí la boca y busqué mi plaza habitual, justo en una esquina del aparcamiento, la más alejada al edificio. Eché un vistazo al reloj y vi que faltaban veinte minutos para que comenzasen las clases. Me desabroché el cinturón y le conté a Harry lo que haría en clase durante el día de hoy. Siempre nos quedábamos charlando en el coche hasta que era la hora de acudir a las aulas.

—La profesora Austin nos mandó leer tres míseros capítulos para el fin de semana, pero estoy segura de que la mitad de la clase no los habrá leído porque cincuenta páginas son una eternidad... —ironicé—. Por cierto, luego te pediré que me ayudes con los ejercicios de Pitágoras, porque yo todas esas cosas no las entiendo y... —Miré a Harry para saber si le iba bien ayudarme, pero no estaba prestando atención—. ¿Me estás escuchando?

Greenwood II SAGA COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora