30. Huyes de mi

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Rosé llegó a la villa de los artesanos siendo recibida por un montón de mujeres, jóvenes y adolescentes. Todas esposas o hijas de los artesanos varones, había solicitado exclusivamente tener una reunión con las mujeres dado un repentino incidente, y es que hace solo unos días una chica de dieciséis años sufrió un accidente laboral mientras cortaba el barro para las vasijas que esculpían. Dado eso, la reina decidió tomar las riendas del trabajo femenino, durante los primeros años del reinado los sacerdotes le imponían las reformas laborales de los hombres, pero nunca se mencionaba a las mujeres. Con la prohibición del trabajo infantil la mortalidad de niños cayó considerablemente, cosa que alegraba a la gran esposa real, sin embargo, el problema se traslado a los adolescentes. Si bien tanto hombres como mujeres eran afectados, los varones eran cubiertos por la reforma, pero las mujeres no.

—¡Su majestad!— exclamó una mujer de edad avanzada, Rosé sonrió al verla, la conocía muy bien era la jefa del sindicato de mujeres. Las chicas de allí se inclinaron al verla.

—Señora Istar— dijo acercándose a ella, la mujer tomó los brazos de la reina con mucha emoción. No era muy común ver a los nobles allí, menos a los reyes, era un riesgo muy alto. —Me alegro mucho que hayan podido recibirme hoy— dijo mirando a todas.

—No se preocupe su majestad, su presencia aquí es lo que cualquier persona desearía— contesto la mujer sin atreverse a mirarla a los ojos. —Los dioses nos bendicen con la dicha de poder estar tan cerca de Isis viva en la tierra.

Rosé hizo una seña para que el escriba y los sacerdotes que venían con ella se ganarán a su lado.

—Supe la situación de su nieta Haseul— dijo la reina, la mujer asintió con algo de angustia. —¿Podría verla? — solicito. La mujer asintió rápidamente apuntando hacia una habitación contigua con algo de vergüenza, la casa no se comparaba en nada al palacio, pero Rosé no estaba preocupada de eso. El caso de la nieta de la mujer seria una evidencia clara de la necesidad de leyes que respalden el trabajo femenino.

Rosé llegó a la habitación y la chica recostada se impacto al ver a tal persona refinada en su casa, al lado de esta había una pequeña niña de unos cinco años que no se apartaba de ella.

—S-su...m-majes...— trató de decir la chica levantándose bruscamente. Rosé la detuvo rápidamente.

—No te fuerces— dijo con suavidad. La chica estaba demasiado pálida, tanto que daba miedo. Rosé le dio una sonrisa corta con preocupación mirando a sus sacerdotes que no parecían estar preocupados. —Haseul, vine a verte porque me enteré de tu accidente.

—Su majestad yo...no se que hice para merecer verla— dijo con nerviosismo, Rosé sonrió soltando una respiración nasal.

—Vengo a brindarte ayudar, mis sacerdotes te cuidarán hasta que te recuperes— dijo haciendo una seña para que los hombres pasarán a revisarla. Luego de unos minutos, uno de ellos habló.

—En su mayoría son cortes profundos y fracturas. Creemos que podemos arreglar su rodilla izquierda y su hombro izquierdo también. Lo demás tenemos que estudiarlo— anuncio. La reina asintió atentamente mientras notaba como la pequeña niña la observaba con miedo y curiosidad, el relucir que provocaba el sol en la corona de la reina era muy atrayente.

—Bien, quédense con ella por hoy— dijo volteándose hacia la señora Istar. —Mis sacerdotes vendrán todos los días a verla, y me daban informes sobre su evolución— concluyó, la mujer asintió esperanzada. Rosé pensó un segundo ante de quitarse uno de sus anillos y dárselo a la mujer. —Empéñelo, en el mercado le darán mucho dinero si saben que fui yo quien se lo dio. El escriba real será el testigo— dijo viendo el asombro de la mujer, Rosé se gacho hacia la pequeña y le dio una gran sonrisa. —¿Cómo te llamas?

Into The Nile; CHAENNIEWhere stories live. Discover now