-66- Antonella

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[SANTIAGO]

—Amor, respira como te han dicho en el curso de preparto.— Le pido mientras que conduzco lo más rápido que puedo.

Escucho como inhala y exhala de manera más pronunciada, pero sigue quejándose del dolor. —Estoy intentándolo.— Dice y puedo notar el miedo en su voz, el mismo que tengo yo por no saber bien qué hacer. Estaciono el auto en la entrada del hospital y a toda prisa voy hacia su lado para ayudarle a bajar del auto.

—¡Ayúdeme por favor!— Le pido a un hombre que trabaja en el hospital que está allí. —Mi esposa esta con contracciones.— Le explico al ver que no reacciona.

—Entiendo, ya la llevo a maternidad.— Anuncia y abre una de las sillas de rueda que hay allí y me ayuda a pasarla del auto a la silla.

Bajo el bolso que ya teníamos preparado en el auto y los sigo sin importarme nada, ni siquiera donde he dejado el auto. —¡Señor, no puede dejar el auto ahí!— Me dice un joven y al ver su camiseta me doy cuenta de que es del valet parking. —¡Estacionalo por favor después te pago!— Le pido y le lanzo las llaves.

Camino los pasillos del hospital siguiendo al camillero y una vez que llegamos a maternidad la entran a un consultorio para revisarla mientras que a mí me piden que llene unos cuantos papeles. «Como odio la burocracia de los hospitales en momentos como estos.»

Una vez que he llenado los papeles llamo a mi madre rápidamente para avisarle que su nieta esta por nacer. Claro que se ha vuelto loca de la felicidad, pero no tengo tiempo para seguir hablando con ella; necesito saber cómo está mi esposa. Camino por el pasillo como un loco esperando que alguien salga y me de noticias. Finalmente, un doctor sale del consultorio. —¡Doctor, por favor... dígame como esta mi esposa!— Le pido.

—Señor Insua, su esposa ya está siendo preparada para ir a la sala de parto. Lo único que nos preocupa es que el parto de ha adelantado un par de semanas.— Dice esto último con un tono que me preocupa.

—Por favor, dígame que todo estará bien.— Le pido con una angustia en mi pecho que jamás había sentido antes.

—Seguramente sí. Ahora, dígame, ¿Usted entrara al parto?—

—¡Si, claro!— Digo muy seguro y él llama a una de las enfermeras.

—Señorita, por favor ayude al señor a prepararse para entrar al parto de su esposa.— Le pide y él se retira.

[...]

Una vez que me han vestido completamente con indumentaria hospitalaria color azul, y que mi cabello está cubierto por un gorro de tela del mismo color, me dejan entrar a la sala de partos donde Jaz esta lista.

—Amor, ya estoy aquí.— Le dejo saber sujetando su mano.

Solo la escucho respirar hasta que ella voltea su rostro para mirarme —Va a nacer nuestra princesa.— Dice sonriente a pesar del dolor.

—Así es cariño. Se viene Anto.— Digo feliz y mientras le indican que hacer no puedo dejar de pensar que este momento lo tendríamos que haber vivido hace muchos años con aquel primer hijo que perdimos. Son tantos los sentimientos que me invaden en este instante que, por momentos, rio, por otros quiero llorar, y por otros soy el hombre más feliz del planeta.

—¡Puja Jazmín!— Le pide el doctor y ella hace su mayor esfuerzo.

—Tú puedes mi amor, eres la mujer más valiente del mundo.—Le digo y dejo que apriete mi mano a su antojo.

Ella puja una, dos, tres, cuatro veces hasta que finalmente el doctor le dice que ya ve su cabecita y le pide un último esfuerzo. Yo no sé de dónde saca fuerzas pero lo hace y es en el momento que escucho llorar a nuestra hija cuando el mundo toma una nueva dimensión para mí.

—¡Nuestra niña mi amor!— Le digo a la mujer que está a mi lado exhausta, y la cual ha sido capaz de darme todas las mayores alegrías que un hombre puede tener. —Te amo— Le digo y la beso.

—Y yo a ti.... Quiero verla Santiago.— Me pide ansiosa.

—Jazmín , tu niña es preciosa.— Le dice la enfermera entregándole a esa pequeña criatura que lleva un poco de los dos en sus genes.

—Amor, mírala.— Habla con lágrimas en sus ojos.

La observo y no puedo parar de llorar —Es preciosa— logro decir y solo se me ocurre darle un beso en su pequeña manito. —Hola princesa, soy tu papi... y esta mujer hermosa, valiente, y dulce es tu mami. No sabes la suerte que tú y yo tenemos de tenerla en nuestra vida.— Le digo de manera cómplice a nuestra muñequita.

—Qué bonito eso que has dicho.— Me dice sonriente.

—Solo la verdad, amor, gracias por el mejor regalo de mi vida.— Pronuncio y siento como todo nuestro alrededor ha desaparecido.

—Gracias a ti por vivir en la puerta de al lado y haber hecho que nos reencontráramos.— Dice sonriente y los recuerdos de aquel día donde nos volvimos a encontrar vienen a mi mente haciéndome sonreír aún más, como si eso fuese posible.

Por Verte Otra VezWhere stories live. Discover now