XII

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Tenía su cabeza apoyada en el vidrio, el tiritón del cristal ya era secundario. Su cabeza estaba en otro lugar, en el mismo lugar, en el mismo recuerdo.
​   Cuando terminaba, recuperaba la conciencia y volvía con su gente, en el auto. Enzo manejaba, a su lado estaba Giovanna, y junto a George le acompañaba Zinerva, aferrada a su mano. Los tres preocupados, pero de diferentes maneras. Enzo miraba de vez en cuando por el retrovisor, Giovanna buscaba una forma de hablarle, de entenderle, aunque de alguna manera ya lo hacía; Zinerva intentaba no despegarse, quería que George sintiese que alguien de verdad le acompañaba.
​   Hubo un momento donde sus ojos se encontraron, cuando la carretera despertando se olvidaba de las curvas, y el recuerdo terminaba. Giovanna lo notó al momento, Zinerva se acurrucó mucho más. Enzo no le quitó los ojos de encima.
   ​-¿Todavía estancado?-Le preguntó, George apretó la mano de la mujer, preparado a enfrentarse a la realidad.
   ​-¿Quizás sea momento de... al menos contarnos?-Giovanna dio el paso, lo estaba esperando. Sabía que era un poco agresivo, sabía que Zinerva estaría completamente en desacuerdo con esa decisión.
   ​-Ellos cantaban sobre amor, esperanza, sueños. Sobre el viaje, la vida y la muerte. Sobre ser recordados, eso... eso les hacía vivir. Y fue tomado de ellos. Olvidados, muertos, sus sueños, sus esperanzas; al vacío...-Suspiró, descansando en la cabecera. Enzo bajó la velocidad-Tratamos huir de él, cegados por nuestra confianza. No vimos que él... era diferente. Y yo... ¡Yo traté de ser como ellos, de intentar valerme por mí mismo!-Intentó resistir las lágrimas, con la boca tiritona, quebrada-Pero... perdí contra el silencio, contra el miedo, y... cuando ya era muy tarde, cuando murieron al frente de mis ojos, yo... consumí.
​   Dejó la mano de Zinerva a un lado, levantó la suya hasta el pecho, e invocó la garra. Todos la recordaban de armadura dorada, bella, con una luz diferente. Ahora había perdido el brillo, más oscura, más natural, parecida a la de un oso. Todavía tenía un aspecto metálico, pero lo estaba perdiendo. Se estaba convirtiendo.
   ​-Hay cosas que uno no puede olvidar. Nosotros también hemos pasado por lo mismo, hemos perdido hermanos, amigos, conocidos. Todos con una historia que les fue cortada solo por vivir en este mundo-Enzo dejó el auto al lado de la carretera, y lo detuvo-Pero hoy es un día de perdonar. De celebrar. De recordar-Hizo un par de toques en su pierna-Hay muchas verdades en lo que acabas de decir, pero en algo te equivocas. Sus sueños, sus esperanzas, eso no se ha muerto, eso no se ha olvidado. Están contigo y con los que ellos han estado. Ahora es tiempo de recordarles, ¿Sí?
​   Eso le dio ánimo. No estaba en un lugar desolado, la gente que le rodeaba le entendía, comprendía ese dolor. Y allí estaban, unos titanes para George. Tenía esperanzas todavía, ellos le ayudaron a encontrarla de nuevo.
   ​-¿No es para eso el día de los muertos?-Dijo, soltando una sonrisa. Todos rieron a carcajadas.
   ​-Algo así, sí. Ahora celebramos por los que han caído, y por lo que acaban de nacer.
   ​Las risas, la conversación, el calor de los tres le calmaron. Los recuerdos de sus compañeros en el pasto se esfumaron por un momento. La Sombra nunca estuvo, desde que llegó a la cima de la colina esta había desaparecido.
   ​Al parecer, también le estaba dando un momento de silencio.
   ​-¿Dónde quieres que te deje?-Preguntó Enzo, ya de vuelta en la carretera.
   ​-En el departamento. No quiero... no quiero molestar a los Kotaro por ahora.
   ​-Debes llamarles, ¿Sí?
   ​-Sí. Lo sé.
   ​Luego de esa conversación el camino fue mucho más callado. Los DeLuca estaban satisfechos, habían recuperado al nuevo por el momento. Sabían que George pasaría un buen tiempo con esas memorias rondando. Pero era normal, parte, prácticamente, de la iniciación.
   ​Luego de una hora y un poco más, habían llegado al centro. Eran al menos las 7, hace dos horas que el sol empezó a aparecer. Se notaba en las calles, despertando de a poco: Las luces, la gente, el movimiento. La vida.
​   Tras dejarle en las puertas vidriadas, Enzo le avisó que debía estar en la casa de los DeLuca como a las siete u ocho, y que no viniese con ropa arreglada, ni que pareciese un indigente. Que la idea era borrarse, pero con decencia.
​   Y que se cuidase, que ahora que iba a estar solo, el segundo asalto lo tenía que resistir sin ayuda.
​   Pero esa era su idea, poder estar en su casa sin nadie al cual preocupar. Poder abrir la puerta, ir al sillón que miraba a la ciudad, y llorar.
​   Desde que consumió, desde que derrotó a la bestia, ha resistido las lágrimas, y ya le estaban pesando. Al soltarlas, fue un torrencial de emociones. De rabia, tristeza, agonía. Su pecho dolía, frío, débil. Todo su cuerpo estaba congelado, lo suficiente como para extrañar el calor de su nueva hermana.
​   Estuvo así durante unos treinta minutos, y aunque fue doloroso, le alivió. Encontrándose más tranquilo, ahora disfrutando del silencio que La Sombra le estaba dando, descansó en la cuerina. A punto de dormirse, fue alarmado por la puerta.
​   Miró el reloj en la pared, las nueve y diez, ¿Quién tocaría la puerta a esa hora, algún DeLuca?
​   No. Incluso esperaba más ver a Haireaki, pero esos ojos esmeralda le vinieron de sorpresa.
   ​-¿Tú...?-Retrocedió un pie, sin saber qué hacer más que secar sus mejillas. Virgil sonrió, con varias bolsas verdes en sus manos, avanzando por debajo de su brazo-¿Qué haces tú aquí?
   ​-Bueno-Levantó las bolsas-Traje un buen pedido, quizás incluso para dos meses-Caminó hacia la cocina, viendo la decoración-Whoa...
   ​-¿Cómo... incluso sabes dónde vivo?-Cerró la puerta, lo único que hizo fue mirar.
   ​-Corazón...-Dejó las bolsas con un suspiro, estaban bastante pesadas-Lo sé todo. ¿No has visto los cuervos alrededor?
   ​-¿Cuervos?
​   Al mirar a la ventana, varios pájaros negros le encontraron por los techos, algunos empezaron a volar.
​   George calló, sentándose de nuevo en el sillón, sintiéndose derrotado, indefenso. Incluso tenía miedo.
   ​-¡Vamos! No me mires así, te ves bastante... destrozado.
   ​-Fue un mes muy duro.
   ​Virgil se le acercó, y le mimó en el brazo.
   ​-Entonces bienvenido de vuelta-Sonrió, y volvió a desempacar.
   ​-Pero no entiendo, ya sabes que estuve un mes completamente fuera de todo, ¿Por qué estás aquí?
​   Ella se enojó.
   ​-¿Y qué tiene que ver que no estés metido en la droga y que yo esté aquí?
   ​-¡Porque eres la jefa, joder! ¿No es lógico? No estás aquí porque... porque quieres darme la bienvenida, o por comida, o algo así. Estás por algo en especial.
   ​-Estoy por todo lo que acabas de decir, incluso la última.
   ​-¡Pero eres mi enemiga! Del bando contrario. La gente te está buscando por mar y tierra, ¿Y tú aquí, conmigo?
   ​-¿Y desde cuándo no somos aliados?
   ​-¿Perdón?
   ​-Eres mi Dante, ¿Recuerdas? Debo cuidarte, guiarte por el infierno-Movió su mano mientras lo decía-Y esto recién ha empezado. Mira, si quieres, báñate, y cuando salgas, vienes a comer algo que te quiero preparar, ¿Sí?
​   George suspiró y se levantó. Antes de retirarse, se volvió: "¿Puedo confiar en ti, Alextraza?".
   ​Eso heló su cuerpo, pero terminó sonriendo, mientras asentía.
   ​-Sí, por supuesto, George. Aquí somos aliados.

   ​Mientras buscaba una ropa de cambio, sintió el tocadiscos moverse, tocando un suave jazz. Al ver una de las camisas, recordó a Katherine y el día de su cumpleaños. Le salió una sonrisa, pero el escalofrío que le acompañaba era por nostalgia. Como si ese día no volviera a repetirse.
​   Se bajoneó más. Sentía que tenía una responsabilidad de proteger a Katherine de cosas como lo que acababa de ver, protegerla de la oscuridad que envolvía el mundo en que los dos, de distintas maneras, habían entrado. Pero no se sentía con las fuerzas suficientes para hacerlo, ¿cómo le defendería, si no pudo defender a esos niños que estuvieron entrenando durante tres años para morir en las montañas?
​   Lo único que su corazón le decía era que no podría contarle nada. Que sentirse así de débil era el principio para perderla, debía mostrarse fuerte.
​   No podía, no debía, contarle a nadie. Gente como Alextraza lo ocuparía a su favor, y ella ya lo estaba haciendo. Pero, ¿qué más iba a hacer? Su compañía era agradable, por lo menos. Su sonrisa era cálida, pero ahora entendía mejor esos ojos. Aunque tenía una máscara que lo ocultaba, sus ojos mostraban que ella también pasó por lo mismo.
​   Quizás era eso, o su gentil forma de tratarle, que le hacía cercana. Sabía que no debía, y que desde el primer momento que la conoció tuvo que reportarla, pero no podía, ¿Cómo lo haría, si ella es igual a todos? Ella estaba sufriendo, y de alguna manera, también sentía que debía salvarla.
​   No sabía su historia, no sabía sus motivos. Pero era uno de sus peones, y cada uno es víctima de ese mal mayor: David Cordier.
   ​Ahora, de vuelta en el distrito, tenía las energías para volver a seguir su rastro, con la buena ayuda de su guía. Primero debía saber todo lo que ha pasado. Pero antes de eso, debía llamar a Katherine.
   ​Al salir de la ducha, se secó con rapidez, se vistió en el baño, y le marcó mientras llegaba a su habitación.
   ​-¿Aló?-Dijo esa voz, que le detuvo.
   ​-Ey, Katherine-Sintió su respiración salir con fuerza, dejando un silencio entre medio-Soy yo. ¿Estás en clases?
   ​-Es recreo-Miró la hora, era más o menos las diez y media. Vaya ducha-Tengo un poco de tiempo libre, sí.
   ​-¿Estás sola?
   ​-Más o menos. Estoy en el tejado del colegio.
   ​-¿Es eso seguro?
   ​-Más o menos. Está prohibido.
   ​Hubo otro silencio, un poco más incómodo, ella lo rompió.
   ​-¿Hace cuanto llegaste? ¿Cómo estás? Ha sido un mes...
   ​-Llegué hace más o menos dos horas, me estaba preparando para dormir un poco, que no he dormido nada como en dos días. Y estoy... bien. Y sí, ha sido un duro mes.
   ​-Ni que lo digas, ya quiero decírtelo todo, ha sido bastante bizarro.
   ​-¿En serio?
   ​-Sí. Supongo que podrás hablar con Seth antes que conmigo, porque Mako me dijo que quizás el miércoles podamos hablar. Pero eso, pregúntale.
   ​-Vale, vale. Lo haré.
   ​-Bueno.
   ​-Antes de irme, para dejar molestarte, yo...
   ​-Pff... no lo haces.
   ​-Yo te quería decir que en todo el mes no dejé de pensar en ti.
   ​-No, yo... Yo tampoco.
   ​-Me debo ir, sí. Dejemos esta conversación a la mitad, para que...
   ​-Para que después sigamos sin parar. La he estado esperando ya desde hace tiempo.
   ​-Yo también.
   ​-Bueno, adiós.
   ​-Suerte hoy, en todo.
   ​-Sí, gracias.
   ​Suspiró, y colgó. Quizás tuvo que haber esperado un poco, por si ella hubiese dicho algo más, pero no le quedaban fuerzas de seguir hablando. Además, tenía alguien esperándole en su cocina.

​   Se estaba secando el pelo mientras caminaba, con la camisa afuera, y unos jeans. Sus pies estaban fríos, descalzos, pensó buscar algunas pantuflas. Pero buscando a Alextraza, solo encontró silencio. Gritó su nombre un par de veces, la buscó por todas partes, incluso en las habitaciones que estaban más adentro, sospechando algo, pero nada.
​   En la isla estaba su comida servida, junto a una nota. Eran huevos cocidos, un poco de palta, y dos panes, junto a un café. La nota decía:

​"Lo siento, pero tuve que irme. ¡Vaya ducha te diste, joder! Estuviste tanto tiempo bajo el agua que me aburrí. Cuidado, que se te puede enfriar, si ya lo está, es tu culpa. Disfrútalo, no está envenenado, pero la palta estaba un poco dura.
​   Lo que te quería decir es que en estos tiempo espero vernos más. Como dice un amigo mío: "sigue a los cuervos, que son tus amigos". Son mis ojos.
​   Además, ¿Conoces la leyenda de los tres monos sabios? El que no ve, el que no escucha, el que no habla. Ahora son un chiste, vamos, pero te hice un poema para contártela, ojalá te guste:

   Las montañas fueron nuestra última ocasión
Pero, querido, eso fue solo una provocación.
Me dio tristeza tu cara de miedo y confusión,
Por lo que una pista de nuestra legión
En este poema encontrarás, ¡qué emoción!

​Empieza con nuestro encuentro en las Wildmounts, me gustó entretenerme con vosotros. Una pena que ellos estén muertos.

Para eso volveremos a las historias pasadas,
En particular la de 3 monos sabios.
Enviados por Saicho, y con sus manos atadas
En diferentes partes de su cabeza,
Llegaron al mundo para crear horror y caos.

La Vuelta de la HumanidadWhere stories live. Discover now