Interludio: La Batalla del Destino

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Pearl, luego de recorrer un vasto camino, encontró un promontorio rocoso que subía por el desierto. Encima estaba un hombre, mirando al horizonte. Este miró hacia atrás, encontrándose con una antigua amiga, con una figura sempiterna. Ella se sintió aliviada, demostrándolo con una sonrisa mientras caminaba por la arena. Era roja, como la sangre; era rara, pero conocida, como la guerra.
Mientras subía por las rocas, miraba el lugar con un sentimiento de nostalgia. En sus tiempos, que fueron hace muchos siglos, no era así. Era bonito, era real.
Encontró al hombre a mitad de camino, que había bajado a ayudarle. No era necesario, pero tampoco iba a esperar allí arriba sin hacer nada.
-Madre Eterna-Le dijo, saludándole-Un gusto volver a verle.
Ella sonrió y le abrazó, fue despacio y tranquilizante para ambos. "Hace mucho que no te veía" Le dijo, mientras seguía caminando, "¿Desde el cataclismo?".
-Sí-Le respondió-Usted desapareció, al igual que sus hijos. Yo me separé de mis compañeros en el momento de La Gran Batalla, pero he encontrado un par durante los años.
-Mis hijos vendrán, no te preocupes. Siempre han estado en estas tierras, y hasta el último minuto de este planeta ellos estarán.
-Es verdad. De hecho, nosotros fuimos los primeros en llegar. ¿Debemos esperarlos?
-Por supuesto-Ya habían llegado a la cima, que daba vista a una planicie roja llena de esqueletos y espadas clavadas por la arena-A todos nos llegó el mensaje.
En el horizonte, lo que se podría decir el centro de todo ese conflicto, estaba una escultura gigantesca, de 40 a 50 metros de alto, con una pose de gloria. Una figura muy parecida a la mujer que le veía, con el mismo rostro, con el mismo cuerpo. Era Gideon, una de sus creaciones, una de sus hijas.
Cuando se colocó en el borde del precipicio, Gideon relajó sus músculos de grafeno, y miró a su madre. Esta última sonrió, mientras veía a la gran estatua caminar por el caos.
-¡Gideon!-Dijo ella, cuando la cabeza, del porte del hombre o un poco más, se colocó en frente-¿Cómo va todo?
-Bien, Madre Eterna-Su voz era delicada, parecida a la de la madre, pero más grotesca, más rocosa-¿Cómo ha estado usted?
-Bien también. ¿Sabes lo que sucederá dentro de poco?
La estatua asintió.
-¿Qué es esto?-Se refería al campo de sangre.
Ella rio en un momento.
-Esto no fue una pelea justa. Peleé contras las pequeñas personas guerreras, al lado de una de sus hijas. He de decir que me gustó, la gente se rompe-Lo dijo en un tono chistoso.
-Eso no volverá a pasar. Esto ya no es como antes.
-La batalla nunca pasará de moda, Madre Eterna.
-¿Sabes lo que viene ahora?
-La pelea del milenio. ¡Contra tipos que puedo golpear!
-Más tranquila, Gideon. No puedes tomarte a los Señores del Vacío tan a la ligera.
La estatua soltó una risita.
-Es piedra contra piedra.
-¿No crees que necesitarás alguna armadura?
-Las armaduras te hacen sentir como piedra, ¡Y yo ya soy de piedra, de piedra mágica!
Pearl río, acariciándole el rostro.
-Cuando llegue la hora despertarás. Ahora, vuelve a tu sitio.
Gideon volvió a asentir, levantándose y volviendo a ese círculo de arena donde no había vida alguna. La miró una última vez, y se apagó, esperando a la última llamada, volviendo a la misma posición de antes.

-¿Faltará mucho?-Preguntó el hombre, con una cara preocupada, triste.
-No lo sé-Se volteó para verle-¿Cuánto crees tú que falta?
-Unas... dos horas-Lo dijo casi preguntando.
-¿Estás nervioso?
-No, estoy cansado...-Desvió su mirada con un suspiro, bajando los ojos-Me he cansado. Este día es uno especial, y durante los años, me ha hecho más viejo.
-Él nos ha tocado por algo. Sabes que no se equivoca-Volvió al paisaje.
-Réquiem nunca se equivoca, lo sé bien. Pero yo he durado lo suficiente. El juramento que una vez hice... no puede ser para siempre.
-Lo es, desafortunadamente. Sé que la vida es un ciclo. Prácticamente, todo excepto el tiempo es un ciclo. Todo tiene un inicio, todo tiene un final, volviendo al principio. Eso lo sé.
-Es mi final, Madre Eterna... Quiero descansar. Queremos descansar.
-Sabes lo que tienes que hacer. Esta es la batalla de tu destino.
Él sonrió, resoplando.
-Entonces que sea la última.
-¿Cómo está ella?-Preguntó, cambiando de tema, ya mirándole de nuevo.
-Bien. Creo que la única razón de por qué sigo vivo es para pelear por ella. Sí, antes lo hacía por los humanos, por el planeta; por mis hijos, mis nietos. Pero...-Se quedó callado, apuntando a la guerra con la palma abierta-Ya no tenemos por qué pelear.
Pearl sonrió: "Siempre habrá algo por qué pelear. Si no sabes por qué peleas, entonces es el momento de que dejes la espada clavada en la roca, Kan. Esperar tu destino, batallar hasta el final, conociendo que es tu final. Deja la espada aquí, y recógela en tu última batalla, cuando sepas que te irás para siempre".
El hombre sonrió, asintiendo. Tragó saliva, e hizo aparecer un gran espadón desde su mano izquierda. Cuando estuvo completa, con la terminación en medialuna, la enterró en el suelo. Hizo una reverencia, y empezó a bajar del monte.
La Madre Eterna, como bien decía su nombre, sabía lo que venía, lo había visto antes. No sería el único, ya ha habido muchos que han dejado sus armas en ese montículo, dispersas y de distintas maneras. Todas preciosas, todas brillantes. Con colores únicos, con formas diferentes.
Pero estaban ahí, a su alrededor. Pero estaban ahí, con ella, acompañándole cada vez que el enemigo atacaba. Una última vez, dejándole el espacio para que otro tome su lugar, como debe ser.
Volvió a encontrar el horizonte, desde la punta del precipicio, al igual como había encontrado al hombre anteriormente; y miró hacia adelante con nostalgia, por todo lo que había cambiado lo que una vez llamó hogar. Con esperanzas, porque algún día todo volvería a la normalidad.
Porque algún día sería la vuelta de la humanidad.

La Vuelta de la HumanidadWhere stories live. Discover now